En las últimas semanas se ha entablado un encendido debate en los medios de comunicación y redes sociales acerca de los deberes escolares. Incluso ha habido una organización que tuvo la ocurrencia de convocar una «huelga de deberes», animando a los jóvenes estudiantes españoles a sumarse a ella. Al final, ha habido varios grupos políticos que han solicitado una ley para regularlos. De esta manera, al parecer, se verá facilitada la convivencia familiar, ya que (Ikea dixit) el principal escollo para la buena armonía en el interior de las familias lo constituyen las tareas escolares.
También por estos días hemos conocido la iniciativa de algún grupo político de fijar por ley una hora límite en España —las 6 en punto de la tarde— para todos los trabajos. Parece que la intención es también facilitar unos horarios más racionales en nuestro país y propiciar la conciliación familiar.
Propongo a nuestros representes políticos que, ya que no hay otros asuntos más importantes a los que dedicar los trabajos legislativos, vayan preparando las leyes correspondientes sobre la programación de las vacaciones familiares, los medicamentos que se deben recetar a cada enfermo, los horarios de las comidas, la regulación de la siesta, las celebraciones de fin de año… y otros asuntos que, al parecer, preocupan a la ciudadanía. Un amigo mío sugería que para evitar los debates acalorados que se suelen suscitar en muchos foros, se podría fijar también por ley el sistema de juego de la selección española de fútbol; quizá sería ir demasiado lejos…
No entramos ahora a discutir sobre la necesidad o no de los deberes escolares o sobre el tiempo de dedicación a ellos que parece más razonable para cada edad, ni sobre la mayor o menor sensatez de los horarios en nuestro país (de trabajo, de comidas, de descanso, de programación televisiva, de apertura y cierre de comercios…). Lo preocupante es que, al parecer, cada vez que se presenta un asunto en la sociedad española que suscita opiniones diversas (o cada vez que alguien quiere hacer de él un problema nacional) la solución es promulgar una ley. Así de fácil: se acaba el debate y se cierra la polémica. Es mejor que el Estado regule todo con su poderosa máquina de hacer leyes. ¿Cómo no habíamos caído antes en que la paz social, en todos los ámbitos, se consigue rápidamente, y sin vuelta atrás, haciendo más y más leyes?
Pero ¿realmente es serio todo esto? ¡Ay, qué tiempos aquellos en los que la consigna más progresista, y con la que más o menos simpatizábamos todos, era la de Prohibido prohibir!
¿No sería mejor, quizá, que los políticos y el ordeno y mando se dedicaran a otros menesteres más acuciantes? ¿Dónde van a quedar la autonomía de los centros educativos, las soluciones razonables dictadas por los profesionales, el diálogo entre el colegio y las familias, los acuerdos en cada comunidad educativa, la posibilidad de establecer horarios variados que convengan más a todos los interesados, la intervención de los diferentes actores sociales y de sus organizaciones para llegar a consensos razonables, el papel de la sociedad civil, la libertad…?
¿Y qué papel asignamos a la educación de la responsabilidad personal, a la formación en actitudes, criterios y valores, a la sabia combinación entre el deber y el ocio sin necesidad de imposiciones desde fuera, a la búsqueda de otras vías más convincentes y menos coercitivas para modificar hábitos que la elaboración de leyes para todo? ¿No sería más conveniente empezar las cosas por los cimientos? En definitiva, ¿no sería mejor utilizar el sentido común?
José María Alvira