Hay quien dice que hablamos mucho de pacto educativo, pero no hay mimbres para que se haga realidad; que dedicamos gran parte de nuestro trabajo a un objetivo que muchos consideran difícil de alcanzar; que hablar de pacto suena a vieja melodía, con una letra que pocos recuerdan y solo nos atrevemos a tararear.
Construir pacto implica ponerse en camino hacia el otro. Hay que saber de dónde salimos, conocer nuestras fortalezas y debilidades, estar dispuestos a desandar las trochas que acaban en caminos muertos, o que generan desencuentros, o que pretenden acortar distancias mediante atajos que evitan una construcción pausada pero estable.
Uno de los pactos más fructíferos de nuestro sistema social y político es el de los diferentes convenios colectivos. Escuelas Católicas participa activamente en cinco de ellos, representando a nuestros afiliados y sus intereses, pero sobre todo buscando consensos y espacios que mejoren el sistema educativo, en todas sus dimensiones: centros escolares, universidades, colegios mayores, Educación Infantil y Educación Especial.
En esta tarea no vamos solos, nos situamos en un punto de encuentro que reúne a las otras patronales de enseñanza privada y concertada, así como a las organizaciones sindicales representantes de los trabajadores. Digo que el convenio colectivo es un pacto porque nos requiere a todos, no solo en una presencia constructiva, también desde el compromiso activo por aportar diálogo y sensatez para los temas que se afrontan. Comúnmente, al hablar de convenio colectivo se piensa en negociación, intercambio de cesiones mutuas que buscan contentar a ambas partes. Reducir al convenio a una mera negociación implica negar la posibilidad que supone para crecer y construir, el diálogo se sustituye por un canje de beneficios, el encuentro se reemplaza por ideas acumuladas, que en lugar de ponerse en juego en un espacio en el que todos se sientan parte, se suman sin afectarse ni complementarse.
Esta reducción negociativa es una mala noticia, nos predispone a la comparación, casi a la competencia, un círculo vicioso en el que todos buscan sentirse ganadores y acaban aceptando cualquier indicador de mejora como una victoria sobre el otro. El problema es que el otro no es un extraño a nuestro modelo educativo sino un compañero necesario de camino. Las titularidades de los centros educativos se sienten cada vez más integradas en las comunidades de educadores generadas a partir de su iniciativa; caer, por tanto, en un enfrentamiento sobre beneficios solo acrecentará la esterilidad de nuestra propuesta y la división en el seno de nuestros espacios educativos. Pero también por parte de los educadores, sean docentes, personal de administración y servicio o voluntarios, se espera una identificación y un compromiso que llegue mucho más allá de los valores del proyecto educativo, un entendimiento de las relaciones que no se quede en lo meramente laboral, una visión educativa que sea comprendida como misión e identidad.
El convenio colectivo abarca muchos elementos que tienen esencia de pacto. Además de promover espacios de relación entre titulares y personal basados en la equidad, establece principios de igualdad de oportunidades, de reconocimiento mutuo y de evaluación y mejora. La parte salarial y de retribuciones, permisos y excedencias, son tal vez los elementos más conocidos y reclamados por unos y otros cuando toca consultar el acuerdo del convenio. Por supuesto que es importante, incluso necesaria su actualización constante y negociada, sin embargo, debemos dar muchos pasos aún en el camino del diálogo para que estos aspectos del convenio no suplan ni el reconocimiento de los méritos ni el compromiso generoso que hace sentirse parte de una misión educativa y evangelizadora.
Seamos pacto, construyamos espacios que mejoren las relaciones, sumemos identidades diversas y convergentes, pero sobre todo trabajemos para sabernos enviados en la misión, constructores todos de espacios de encuentro que mejoran la educación y ayudan a crecer a las personas.
Pedro J Huerta Nuño
Secretario General EC