Este tiempo de confinamiento nos ha proporcionado algún rato más de lectura. Personalmente he podido terminar un libro que me regalaron hace tiempo: “De Pixar al cielo” un relato de la experiencia de Lawrence Levy, director financiero de Pixar y de sus años de trabajo con Steve Jobs, propietario en aquel momento de la misma.
Eran tiempos difíciles para Steve Jobs, había dejado Apple y quería centrarse en un proyecto que adoraba: Pixar. No acababa de verle salida y no estaba saliendo rentable. Necesitaba salir a bolsa. Estaba convencido de su producto, pero algo estaban haciendo mal. Quizá no estaban transmitiendo bien aquello que estaban haciendo en ese pequeño estudio.Necesitaban que la gente creyera en ellos como ellos creían en ese proyecto.
El final de la historia ya lo sabéis. No os hago espóiler. Pixar estrenó ToyStory y fue un éxito sin precedentes. Hasta hace muy poco la película de animación con más taquilla. Salió a bolsa, las acciones duplicaron su valor después de ToyStory. Levy consiguió transformar una empresa gráfica con grandes pérdidas en unos estudios de cine con valor de miles de millones de dólares. Steve Jobs volvió a estar en las portadas de los periódicos. El Wall Street Journal dijo en aquel momento: “Steve Jobs ataca de nuevo y se hace multimillonario con la OPV de Pixar”. Después Disney compró Pixar y todos disfrutamos de su ingenio en el cine y ahora, sobre todo, en casa.
Una vez más Steve Jobs encontró la fórmula del éxito y esta vez no es secreta como la de la Coca-Cola. La clave de su éxito son las personas, entre ellas, Lawrence Levy en el que confió plenamente.
El valor de bolsa de tu colegio
No soy economista, pero el libro no solo trata de los aspectos económicos que rodean una salida a bolsa. Habla de personas, de creencias, de confianza… En definitiva, de cultura corporativa.
Cuando Levy entró en Pixar se quedó sorprendido del grupo humano que formaba su nueva empresa. Todos ellos pensaban en grande. Creían en el proyecto que tenían entre manos. Estaban convencidos de lo que hacían y de cómo lo hacían. Si algo les definía era su entrega y su pasión… A pesar de ser los mejores en animación digital nadie lo sabía, nadie apostaba, nadie creía en ellos… Y esta situación me recordaba a muchas instituciones, colegios y profesionales de la educación cuya entrega y pasión no tiene nada que envidiar a la que demostraba Pixar. Allí había expertos en dibujo, en animación. En los centros hay expertos en educación, nadie lo hace mejor que ellos… pero para lograr que otros crean en ellos necesitaban un empujón, “salir a bolsa”, comunicar todo lo grande que hacen y eso no siempre es fácil.
Siguiendo con la metáfora de la bolsa (lo cual no es descabellado en tiempos de admisión), para conseguir asegurar su futuro el colegio debería hacerse las siguientes preguntas: ¿Sabemos cuál es nuestro valor de bolsa? ¿Cuánto valemos para nuestras familias? ¿Confiamos en el equipo humano que forma nuestra institución? ¿Somos transparentes o estamos ocultando algo que puede hacer que las familias pierdan la confianza en nosotros o no elijan a nuestro centro? ¿Formar parte de nuestra comunidad educativa merece la pena? ¿Quiénes serían nuestros principales inversores, los que confían ciegamente en nosotros? ¿Los profesores invertirían en nuestro centro? ¿Y las familias? ¿Qué es aquello que nos da más valor?… No hacerse las preguntas adecuadas impedirá encontrar las respuestas precisas.
Levy evaluó su sostenibilidad y su valor, pero también todo aquello que pudiera resultar un inconveniente para los inversores, aquello que le perjudicaría. Conocía bien el funcionamiento de la bolsa y sabía cuáles eran los argumentos que necesitaba para los futuros accionistas. No quería ocultar nada ni pasar nada por alto. Habían llegado para quedarse. Querían hacer historia y asegurar su futuro. ¿Sabéis que futuro es una de las palabras que más se repite en los lemas de los colegios?… Y no me extraña. Es imposible hablar de futuro sin hablar de educación, pero qué poco se piensa en el futuro desde los centros.
En los centros educativos la inversión no se mide en euros. Los “accionistas” invierten en educación, en confianza, en tiempo. Durante el tiempo que permanecen en el colegio padres y alumnos son los mejores inversores del mundo y de ellos depende la sostenibilidad y futuro del centro. Algunas de las participaciones adquiridas en ese período se conservan toda la vida. No hay mejor inversión… de futuro.
Aunque los números no cuadraban, Levy pronto supo que el equipo humano llevaría a la empresa al éxito y no se equivocó. Confiaba en ellos. Ellos eran el corazón de Pixar. Uno de los capítulos del libro tenía un título que me llamó enormemente la atención: Películas que salgan del corazón. Ese era su objetivo, su valor: hacer películas que salen del corazón, de la pasión de la gente que las hacía. Si Pixar es capaz de hacer películas con corazón, ¡qué no podrá hacer un centro educativo! ¿Estás preparado para educar desde el corazón y hacer historia? Estoy seguro que sí. Hasta el infinito y más allá.
Alberto Mayoral
@albertomayoral (desde casa)