Son muchas las situaciones de vulnerabilidad, de desigualdad, abuso y atropello de derechos en nuestra sociedad. Todas reprobables, todas indeseables. Cada una con sus propios caracteres, condicionantes y peculiaridades, tanto por sus múltiples causas, o mejor, factores que las generan y contribuyen directa o indirectamente a que se den esas situaciones, como por las circunstancias económicas, sociales, culturales y también actitudinales que -cuando menos- no impiden su desarrollo.

Son tantas esas situaciones, que se corre el riesgo de graduar o priorizar unos dolores sobre otros. Pero el dolor y el sufrimiento de las víctimas no tiene graduación. Quien lo sufre necesita acogida, calidez humana y fraterna, acompañamiento y comprensión, más allá de grandes declaraciones de principios y de grandes discursos repletos de palabras vacías.

Por eso, es compromiso de todos visibilizar todas las realidades de dolor que existen. Y trabajar para que desaparezcan. En especial, aquellas que no se ven fácilmente, ya sea por desconocimiento, por ignorancia o incluso por indiferencia frente a ellas… o quién sabe, si, viéndolas, es la impotencia que podamos sentir ante sus dimensiones lo que nos lleve a mirar hacia otro lado. 

Una de esas realidades de sufrimiento es la trata de personas. Mucho más numerosa de lo que podemos pensar a priori, mucho más extendida en cuanto a sus formas de ejecución para conseguir la explotación de sus víctimas, mucho más lucrativa de lo que podamos imaginar, y ante todo, mucho más cercana de lo que podamos creer.

Cuando se habla de trata de personas siempre se habla de vulneración de derechos humanos, de la complejidad de un delito que consiste en realizar acciones como la captación y traslado de las víctimas, generalmente con engaños y promesas de un futuro mejor, la ruptura de todos sus apoyos y referencias, su aislamiento, para así, utilizando medios como la violencia, la amenaza, las adicciones, conseguir lucrarse con su explotación. Explotación que abarca muchas, demasiadas, formas de esclavitud: sexual, laboral, extracción de órganos, matrimonios y embarazos forzados, su utilización para la mendicidad, la comisión de delitos…  

Pero hablar de trata es ante todo hablar de dolor, de mucho dolor que se prolonga en el tiempo. De sueños rotos, de vidas truncadas. En nuestra mano está ayudar a sanar esas heridas, a recuperar esas vidas, a que estos hermanos y hermanas -que podríamos ser cualquiera de nosotros- pasen, con la ayuda de Dios, de ser víctimas a supervivientes, a la liberación que les lleve a retomar su vida en plenitud.

¿Cómo hacerlo? A toda la Iglesia se nos pide orar, por y junto a las víctimas, elevando nuestra mirada suplicante y de esperanza.

Partiendo de esa oración, es mucho lo que podemos hacer: tomar conciencia, mirar con otros ojos, preguntarnos por la historia de vida de quienes se han visto envueltas, atrapadas y secuestradas por estas redes. Y también que otros tomen conciencia.

Por ello es esencial, además de acoger y acompañar a las víctimas de cualquiera de las esclavitudes modernas hasta su liberación, siempre llena de esperanza, trabajar también la prevención. Dar a conocer esta realidad que nos rompe las entrañas, para que otros no caigan en ella, por un lado, y que acabe la explotación, por otro.

Que todos, y de manera muy especial nuestros jóvenes sepan de esta realidad, que conozcan las formas de captación, y las consecuencias de ciertos comportamientos debe ser uno de nuestros objetivos prioritarios. Actitudes que hoy en día están cada vez más banalizadas, hasta normalizar conductas que entrañan un riesgo cierto, como sucede con el acceso indiscriminado a redes y contenidos pornográficos, por ejemplo, los convierten en víctimas potenciales. 

De la misma manera sucede con la toma de conciencia como consumidores que somos todos de productos y servicios para cuya puesta en el mercado se ha producido la explotación de seres humanos. Sin consumo, sin clientes, sin beneficios para los explotadores (que son todas las personas que participan en cualquiera de las fases de este delito), la trata de personas dejaría de ser una de las actividades más lucrativas de las redes criminales, junto al tráfico de drogas y el de armas.

La educación nos brinda la oportunidad de conseguir que los jóvenes tengan las herramientas necesarias para conocer y evitar la trata de personas. Evitar que puedan llegar a ser víctimas, evitar que en su entorno se puedan dar esas situaciones de vulnerabilidad que son el caldo de cultivo en que puede darse la captación de las víctimas en estas redes criminales. Y también evitar que, por ignorancia o en el mejor de los casos, por indiferencia, contribuyan -o contribuyamos todos- al consumo de los productos y frutos de la explotación.

Es por eso que desde el Departamento de Trata de la Comisión Episcopal de Migraciones se vienen desarrollando acciones de sensibilización, y entre ellas destaca de manera muy especial el trabajo realizado con la mirada puesta en la comunidad educativa. Materiales que persiguen aproximar la realidad de la trata, con sus múltiples facetas, a los distintos niveles educativos.

Así, las Unidades Didácticas son un instrumento útil y a disposición de todos para acercarse a esta realidad. Recogiendo el viaje de la vida de cuatro mujeres, procedentes de entornos muy diferentes y con circunstancias propias y diversas que terminan confluyendo en un punto común: la trata de personas. 

Se nos invita a acompañarlas en ese viaje, tan duro, tan incierto. El viaje de sus vidas que puede ser también el viaje de nuestras vidas. Un viaje que pasa por etapas dolorosas, trágicas, pero que también -con la voluntad y el apoyo de tantas personas que oran y trabajan en la lucha contra esta lacra, con Santa Josefina Bakhita como referente- puede terminar con la liberación, y siguiendo el viaje de la vida, caminar juntos llenos de esperanza hacia una vida plena.   

Pilar Ladrón Tabuenca

Colaboradora del Departamento de Trata
Subcomisión Episcopal para las Migraciones y Movilidad Humana

 

  • Para una mayor concienciación y visibilización del problema de la trata de personas no dejéis de ver el webinar celebrado el 7 de febrero en el que también participó Pilar Ladrón. Dicho coloquio se organizó conjuntamente entre Escuelas Católicas, CONFER y el Departamento de Trata de Personas de la Conferencia Episcopal Española (CEE) dentro de las iniciativas encaminadas a hacer realidad el Pacto Educativo Global.