Un alumno con discapacidad intelectual se enteró de que unos señores, desde la visión privilegiada que otorgan los despachos, habían decido el mejor futuro para la vida de miles de discapacitados. Y con asombro dijo: “Van a cerrar mi colegio”.
Unos padres se dieron cuenta de hasta donde abarcaba esa propuesta, y con indignación dijeron: “Van a arruinar la vida de mi hijo, le van a sacar de un centro de Educación Especial, que está especializado en niños como el mío, para abandonarle en un colegio ordinario donde no sabrán atenderle, donde dependiendo del profesorado que le toque tendrá una atención u otra”.
El tiempo cambió de repente. En el viento soplaban truenos y volaban palabras. Palabras que al juntarlas recordaban el derecho constitucional y la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea que recogen el derecho de los padres a escoger el colegio y el modelo educativo que quieran para sus hijos.
¡Las nubes rugían de rabia! Y el cielo empezaba a tronar.
Unos profesionales de la educación dijeron: “Están haciendo una aberración. Pretenden desescolarizar de los centros especializados que atienden integralmente la discapacidad, para ubicarlos en otros colegios donde no hay nadie preparado para atenderles. Donde cada año llegarán personas diferentes, con discapacidades diferentes, de las que nunca hemos oído hablar, ¿cómo vamos a atenderles bien?”. Nadie les escuchó.
Mientras unas voces gritaban, algunas asociaciones estaban contentas. Estaban regulando para ellas. Pensando solo desde su prisma y desde ciertas discapacidades a las que representan. Se oían voces críticas, algunos rumores de patio decían que estaban pensando más en las ayudas que empezarían a cobrar en exclusiva, que en los propios intereses de los discapacitados.
En los despachos educativos alguno lo justificaba: “Si desaparecen los centros especializados y específicos de Educación Especial, dotaremos de los recursos necesarios a los colegios ordinarios”. Y los más resabiados canturreaban: “Sí, sí… dotaréis. Un año vendrá una ayuda. Otro año no vendrá. Luego aparecerá un nuevo niño, con una dificultad distinta y esa ayuda ya no valdrá”.
En las grandes ciudades y en los núcleos urbanos, durante años se han creado centros que se han ido especializando en atender a las personas con discapacidad. Es más, hay algunos que se han especializado en discapacidad auditiva, otros en discapacidad intelectual, otros en plurideficiencia y así sigue. Estos centros han sido, son y serán la referencia. Eran el lugar donde la gente acudía cuando tenía problemas, cuando las dificultades te superaban y ahora se pretende cerrar su saber, sus profesionales y sus modelos exitosos que han sido cocinados durante años de experiencia.
La Convención de la ONU sobre los “Derechos de las Personas con Discapacidad” estableció varios parámetros, que se han malinterpretado, sin tener en cuenta a todos los interesados. Y de ahí viene el lío de la integración y luego de la inclusión. Hay muchas personas con discapacidad y cada una merece una solución personalizada a su situación. Algunos eligen estar en centros ordinarios con inclusión y otros en centros especializados en su discapacidad, o también llamados centros específicos de Educación Especial. También es habitual pasar unos años en cada modelo, según las necesidades de alumno y la opinión de su familia.
Una de las cuestiones que defienden los que creen en el modelo único de inclusión es que los alumnos en centros de Educación Especial están segregados. Una afirmación tramposa.
En ese momento me hierve la sangre y recuerdo las palabras de un joven con discapacidad intelectual que, tras pasar sus primeros años de vida en un centro ordinario, llegó a un centro especializado de Educación Especial y con 14 años dijo que era la primera vez que tenía amigos en el colegio. Antes tenía compañeros. Compañeros que le acompañaron en Infantil y Primaria, pero que en la preadolescencia le dejaron de lado. Ninguno quería estar junto al diferente. Esta circunstancia pasa mucho en los centros ordinarios, o mejor dicho inclusivos. Durante los primeros años, en Educación Infantil, para los padres y alumnos todo es fácil; luego adoptan una actitud de vigilancia, y en más casos de los deseables la cosa acaba mal; algunos pocos, incluso, manifiestan que no le quieren en clase.
Y ahora lector, te planteo esta pregunta: cuántos amigos con discapacidad intelectual tienes tú, o tu pareja, o tus hijos… quizá tengas un vecino, un familiar, el hijo de un conocido… pero pocos podrán responder que tienen un amigo. Curioso dato, que también es importante, la amistad entre iguales es un hecho vital. Y así se produce también entre los discapacitados intelectuales, que ven que sus amistades se generan o se prohíben, según hablemos de un modelo educativo o de otro.
Las soluciones a temas importantes no son fáciles y hay muchos prismas. Posiblemente todos válidos dependiendo de la situación ¡Inclusión SÍ, Especial TAMBIÉN!
Repensemos las cosas, pensemos en el bien de todos, incluidas las personas con discapacidad y sus familias. Estamos a tiempo de encontrar soluciones.
Larga vida a los centros específicos de Educación Especial.
Jacobo Lería Hernández
Referencias del artículo
Constitución Española – Artículo 27
Carta de los Derechos Fundamentales de la UE – Artículo 14
Convención de la ONU sobre los “Derechos de las personas con discapacidad” – Artículo 26
Inclusión sí!
Pero… Hoy en los centros ordinarios, con limitada, relativa, parcial, selectiva,…inclusión, se da la paradoja de que el 25% o más de los alumnos van siendo excluídos a medida que avanzan los cursos. Son excluídos por tres procedimientos: repeticiones, fracaso, abandono.
Si los colegios e institutos no son capaces, ni están preparados para no excluir, ¿Cómo pretendemos que realicen una adecuada inclusión?