Una institución educativa fecunda ha de ocuparse en atraer los mejores educadores, aquellos que puedan hacer crecer a sus alumnos, potenciando el talento que cada uno de ellos tenga o pueda llegar a tener, ayudándoles a que se conviertan en personas fértiles en el lugar que hayan de ocupar en el mundo.
Lo más obvio sería decir que hemos de buscar personas profesional y pedagógicamente competentes. Sin estas aptitudes básicas no sería posible, ni normativa ni efectivamente, que una persona pudiera desempeñar un puesto de educador en cualquier colegio. Sin embargo, esto no es suficiente en nuestros colegios. No establecemos modelos de selección basados en sistemas de oposición que solo midan este tipo de habilidades técnicas del educador. Sabemos que, para formar a nuestros alumnos según nuestro proyecto educativo, hacen falta otra serie de requisitos no contemplados en este tipo de modelos de selección.
Podríamos continuar por demandar de nuestros educadores la cualidad de ser buenos tutores. Educadores sensibles con los estados de ánimo de sus alumnos; delicados con sus circunstancias personales y familiares a lo largo de su estancia en nuestros centros educativos; receptivos a las necesidades de las familias y de los alumnos en los diferentes escenarios que puedan producirse durante su vida escolar; capaces de ayudar a descubrir las pasiones y talentos de sus alumnos; competentes en el acompañamiento para ayudarles a trazar, poco a poco, un proyecto de vida basado en estas pasiones; motivadores para ayudarles a superarse y querer ser la mejor versión de sí mismos… en definitiva, compañeros de camino y orientadores para la vida. Con toda la importancia que tiene esta cualidad del profesor, vuelve a ser esta una condición necesaria pero no suficiente en nuestros colegios.
En estos momentos de profundos cambios educativos, precisamos de personas versátiles, capaces de adaptarse con facilidad y rapidez a diversas funciones, a nuevas metodologías y maneras de hacer las cosas, a nuevas necesidades demandadas por la sociedad y el mercado laboral. Necesitamos personas con la mente amplia, que vivan el presente y estén abiertas al futuro, dispuestas a evolucionar. Capaces de reinventarse, cuando las circunstancias pedagógicas y sociales lo requieran, para aportar valor añadido y diferencial en la educación de nuestros alumnos. Y siendo esta otra de las disposiciones entre nuestros educadores, tampoco, por sí misma, es bastante.
Es por estas circunstancias de cambio, por lo que necesitamos encontrar líderes entre nuestros educadores. Visionarios del horizonte hacia el que hemos de dirigimos, capaces de atraer a otros hacia el mismo objetivo y por el mismo camino; personas carismáticas por sí mismas o apoyadas en el carisma de otros que les precedieron; personas fundamentadas en la esencia de la tradición, que nos ha diferenciado y nos diferencia, capaces de liderar la actualización del proyecto educativo; líderes de un equipo dinámico, capaces de leer los signos de los tiempos en una revolución social y pedagógica como la que estamos viviendo; educadores capaces de asumir posiciones de servicio desde la función directiva y participar en la transformación de nuestros entornos desde los valores fundamentales que caracterizan a la escuela católica y que nos son otros sino los del Evangelio.
Por ello, es fundamental que nuestros educadores sean coherentes con nuestra misión, con la visión por la que queremos que se nos reconozca y por los valores que fundamentan nuestra manera de actuar para llegar a conseguirlo. Porque si no es así, podrían ser educadores de cualquier otra institución que haga las cosas de un modo diferente, con un sentido distinto. Educadores que llegaran a formar un modelo de salida del alumno que nada tuviera que ver con el que nosotros hemos soñado para nuestros niños y jóvenes.
Puede que esta sensibilidad no venga con el educador, en el momento de la contratación, con la profundidad que nos gustaría, pero el educador que se incorpore a nuestras escuelas, sí que ha de compartir nuestros valores y ha de querer recorrer este camino que le proponemos y en el que hemos de ser capaces de acompañarle y dotarle de experiencias propicias que sirvan, a su vez, de base para la formación de sus alumnos. Han de ser personas que acepten el compromiso de llevar a nuestros niños y jóvenes el modelo pedagógico católico para el conocimiento de Dios y la apertura a la trascendencia. Personas que terminen apropiándose de nuestra propuesta, la del Evangelio, que caracteriza nuestra diferencia.
También hemos de tener en cuenta que, en un equipo de educadores, estando todos de acuerdo en el mismo proyecto, cada uno participará desde sus fortalezas. Hemos de conseguir equipos equilibrados en los que, al igual que hay distintas especializaciones pedagógicas, también haya distintos perfiles personales que ayuden a llevar a cabo la misión del centro y las muchas tareas que ha de llevar a cabo un claustro de educadores.
Como vemos no son pocas las aptitudes que ha de encarnar cada uno de nuestros educadores. Sin embargo, no solo basta con atraer a nuestras instituciones educadores con tanto talento y capacitación. Toda persona, a lo largo de su vida personal y profesional, pasa por distintos momentos en los que sus necesidades van cambiando y evolucionando. No son las mismas necesidades las de un joven educador novel que las de una educador veterano y avezado, próximo a su retiro profesional. Por ello, tanto desde la dirección del propio colegio como desde la propia institución, hemos de ser capaces de llegar a cada uno de ellos a partir de sus inquietudes, satisfaciendo sus carencias y fortaleciendo las potencialidades que ellos mismos puedan manifestarnos o nosotros podamos detectar.
Para ello hemos de realizar un plan de formación institucional para todos nuestros educadores, que combine las formaciones generales (identidad, metodologías, procesos propios de la institución…) con las formaciones especialmente dirigidas en base a las funciones de desempeño. Un plan de formación que combine formaciones presenciales con las muchas formaciones on-line que hoy en día podemos poner a su disposición. Que termine convirtiéndose en un plan personalizado de formación al surgir tanto de los intereses del propio educador como de las necesidades del propio centro para con sus alumnos. Pero, sobre todo, que sea una formación que llegue a tener efectos prácticos, que pueda suponer una mejora en la práctica docente del educador, que pueda reflejarse en el portfolio del educador como evidencia del dominio de las habilidades en las que el educador ha sido formado. Si no es así, cualquier formación es en vano porque no llegará a tener ningún impacto real, medible y significativo en la formación de nuestros alumnos.
Así mismo, hemos de ser capaces de acompañarles en su itinerario profesional y sus circunstancias personales que hacen de cada uno de nuestros educadores personas únicas: dialogar con ellos con frecuencia, ya sea en los pasillos, en el patio, en la sala de profesores o en el despacho de dirección, sobre asuntos profesionales o personales (estos últimos en la medida en que ellos quieran revelarnos ciertas facetas más privadas), puede ayudarnos a conocer su estado de ánimo, sus inquietudes y dificultades que hacen que actúen como, de un tiempo a esta parte, nunca les habíamos visto actuar. Compartir con ellos la vida, alegrarnos con sus éxitos y acompañarles en sus contrariedades, nos hará crecer mutuamente y ayudará a generar un clima de centro más adecuado para nosotros como adultos y para nuestros alumnos.
Después de leer estas líneas, la selección, formación y acompañamiento de educadores puede parecer misión imposible. Sin embargo, tenemos en nuestros colegios educadores que satisfacen todos nuestros requerimientos, siguen creciendo en fe, sabiduría y humanidad, y se sienten acompañados y acompañan a nuestros alumnos en su engrandecimiento como personas capaces de transformar el mundo. Contamos con grandes personas y con grandes educadores. El Espíritu sigue soplando.
Juan Ignacio Yagüe González
Responsable Área Pedagógica de la Fundación Educación Católica
Ponente del XV Congreso de Escuelas Católicas “#Magister. Educar para dar vida”