Cuaresma, procesiones, perdón, liturgia, penitencia, vigilia, ayuno y otros tantos conceptos que se nos vienen encima en estas fechas en los centros educativos católicos de España. Llega la Semana Santa y volvemos a preguntarnos por su sentido en un colegio católico. Se llenan los pasillos de olor a incienso, de velas moradas, de pasos de Cristo y de Virgen que desaparecen tras una semana de vacío en las aulas. Los alumnos ya conocen la mecánica de los tiempos litúrgicos, se nos adelantan, pero quizá están hastiados de las mismas rutinas. Preparamos a los alumnos, como reza el dicho popular, “para la vida”, pero siempre con una sensación de fin de trayecto que lleva a una situación de insatisfacción constante. Seguimos identificando tiempo humano, horas, días, trimestres, con el tiempo de Dios (kairós), el del ahora, el del momento propicio, y está claro que no son lo mismo. El parón en las aulas queda asociado solo a lo legal y burocrático, tenemos vacaciones en Semana Santa o Pascua porque manda el calendario (¿el sábado por encima del ser humano?). Pero, ¿qué queda de ese camino hacia la Pascua?, ¿cómo hacerlo llegar a las familias?
La Cuaresma “camino hacia a la Resurrección que no debe quedar solo en la Pasión” nos hace descubrir las tentaciones que asaltan a los docentes: no estar con el más débil, acomodarnos al que obtiene mejores resultados, al que te lo pone fácil, o sucumbir a la burocracia y al activismo constante. Ahora que hablamos de pastoral del cuidado, cuidemos los momentos, mimemos a la persona herida por todo lo que llevamos en estos dos últimos años. Bien es cierto que tenemos multitud de escollos en el camino de la evangelización con niños, adolescentes y jóvenes en los centros católicos. Mentalidad de lo efímero, cultura de “pose”, reducción de todo a lo material y placentero, olvido de lo espiritual, hechos que no deben amedrentarnos en nuestra labor de llevar el espíritu del Resucitado a las aulas. Frente a esto, la Palabra.
La Sagrada Escritura siempre tiene a punto un texto adecuado, un comodín para nuestra vida. Los evangelios de estos días, vistos en clave pedagógico-pastoral, nos ponen frente a personajes que nos interpelan: la samaritana, mujer pecadora que pide agua de vida (quizá tenemos sedientos a nuestro lado y no les escuchamos); el hijo pródigo, nos recuerda a aquellos que no aceptan nuestra mano educadora y se pierden por el camino deseando más tarde un abrazo de padre que les acoja; o la mujer pecadora, que, a punto de ser lapidada, nos recuerda que no somos quién para juzgar el futuro de un alumno.
Cuaresma en un centro católico es dar oportunidades al alumno que no termina de dar fruto (la higuera del Evangelio), a aquellas iniciativas que se quedan sin combustible pero que pronto arrancarán, o a aquel joven para que llegue a ser eso que le hace sentir especial. Así, la Semana Santa puede ser ese tiempo de reposo de lo “cocinado” estos días en clases, pasillos y capillas para llegar a madurar poco a poco en clave de tiempo de Dios, no de los humanos.
Puede que no valoremos el potencial que tenemos en las aulas. Niños y adolescentes, a los que Jesús nos presentó como modelos (Mt 18,2-6), no son reconocidos como “teólogos” de la escuela, recordando al maestro Rahner con su revolucionaria teología de la niñez. Quizá no debamos subestimar la capacidad de nuestros alumnos para hacernos ver cuál es el verdadero sentido de la Semana Santa en un colegio católico. Dejemos atrás tantos lugares comunes y teologías trasnochadas en las escuelas y volvamos a lo nuclear: la humildad del niño que no ambiciona ni tiene presupuestos materialistas al enfrentarse a las situaciones cotidianas. Una humildad que les hace reconocerse débiles ante el Padre, que los llama a resucitar en su pequeñez para llegar a algo más grande. Aquello a lo que nos anima el papa Francisco: compartir desde la sencillez con el prójimo en clave de una cultura real del encuentro.
Juan Enrique Redondo Cantueso
Coordinador de Evangelización y Pastoral
Colegio Santísima Trinidad – Trinitarios (FEST-Córdoba)