A pesar del creciente individualismo, de la invasión de dispositivos que nos aíslan, de la dictadura de lo superficial bajo el disfraz de empatía y resiliencia, sabemos que nos necesitamos los unos a los otros. El comienzo del curso escolar es una prueba de ello: recuerdo con cariño cómo en mi infancia ansiaba volver al colegio para reencontrarme con mis amigos. Gracias a mis sobrinas, veo que ese deseo no era solo mío ni exclusivo de aquella época. Con el paso de las semanas, ese deseo se orientaba a las excursiones, los días sin clase y las vacaciones, pero incluso en esos pequeños intervalos, volvía a surgir el anhelo de encontrarse con el otro.

Antes de que se diluyan las ganas de vernos y reencontrarnos, os invito a transformar ese deseo en proyecto. La mayor parte de nuestras programaciones están centradas en la eficiencia de nuestra misión. Fijamos nuestra mirada en un propósito, trazamos líneas estratégicas para alcanzarlo y llenamos nuestras vidas de objetivos y acciones. Sin embargo, quizá no somos tan conscientes del vacío que creamos, un vacío necesario para que todo esto funcione.

Tendemos a creer que sin ese vacío, nuestros encuentros, proyectos y programaciones se perderían en la maraña de nuestras relaciones, mezclándose sin criterio con todo lo demás que ocurre a nuestro alrededor, en nuestras vidas y en nuestras instituciones. Apartamos lo que consideramos superfluo y creamos un espacio para lo nuevo, solo a la espera de que la vida fluya.

Sin embargo, “la verdadera apertura a la alteridad no puede darse en el vacío, sino solo entre interlocutores que tengan perspectivas, culturas, raíces, identidades y, no menos importante, algo que decir.” Son palabras de Diego Fusaro en su “Filosofía del disenso”. El deseo de vernos, la ilusión por recomenzar y encontrarnos, exige reconocer cada una de las perspectivas que convergen en el encuentro: acoger diferentes visiones sobre la misión, cuidar nuestra identidad y raíces, expresarnos y abrirnos a la palabra del otro. No hay espacio para el vacío, porque nada podemos construir con futuro sin la concurrencia de los otros.

Es en el espacio compartido donde podemos pasar de las posibilidades a las capacidades, de los propósitos a la misión, de los proyectos a las transformaciones. Para lograrlo, es imprescindible llenar los vacíos con “algo que decir”, ser parte activa de la cultura del diálogo y no simplemente espectadores. Solo cuando las identidades se atreven a dialogar crece el verdadero compromiso por el cambio educativo y pastoral. Necesitamos esta intercomunicación de identidades, que va más allá del mero reconocimiento y la tolerancia. Necesitamos al otro para comprendernos plenamente a nosotros mismos. Este es un buen momento para ello, no lo dejemos pasar.

Pedro J Huerta Nuño
Secretario General EC