La Congregación de religiosas de la Pureza de María tiene el firme propósito, no solo de velar por que todas las obras y colegios de la congregación sean Entornos Seguros, sino y sobre todo para que sean espacios de cuidado y de fomento del buen trato en los que no se den comportamientos ni actitudes violentas entre o hacia ninguna persona de la comunidad educativa. Es por ello que estamos participando del curso “Shamar-Escuelas del cuidado”, con el objetivo de adquirir conocimientos y herramientas que nos permitan llevar a cabo tal propósito.
En la sesión de bienvenida tuvimos el privilegio de escuchar y compartir las reflexiones de Xavier Quinzà, SJ., que se centró en la visión cristiana del cuidado. El profesor Xavier Quinzà nos plantea una mirada antropológica de dos pasiones muy presentes en la vida de todo ser humano, como lo son el temor y el amor. Quinzà, pone ambas en un nivel en el que se oponen, pero a la vez se entrecruzan. Ello nos resuena con esa cuestión tan sutil de querer y temer a la vez. Querer a quien me necesita, a quien me llena, a quien me quiere bien; pero también temer la pérdida, el daño, la traición de quien necesito, me llena y/o me quiere… de ahí que el temor no se deba vivir como algo negativo ya que, como bien indica Quinzà, mediante el temor tratamos de perseverar frente a los otros en lo que cada uno somos, en nuestro SER.
Esta cuestión nos lleva a un planteamiento en la educación de las emociones de los niños, niñas y adolescentes. ¿Cuántas veces le decimos a nuestros alumnos/as “no tengas miedo”? o aquello de “No pasa nada, ¿por qué tienes miedo?”. Siendo una emoción desagradable, tendemos a negarla; en lugar de afrontarla como algo propio del ser humano, tratamos de esconderla ya que se entiende como una debilidad, como una incapacidad. Sin embargo, un temor compensado por la confianza, por el amor, nos puede proteger de la agresión del otro y activa nuestras capacidades para hacernos respetar y ante situaciones de peligro, a no ser que nos paralice, nos permite la huida y alejarnos del daño, físico y/o moral. Esta cuestión es muy importante en nuestra labor educativa de prevención del abuso y en la generación de espacios de cuidado.
Quinzà nos habla también del amor “como pasión confiada: el cuidado, el reconocimiento y la vida. La pasión del amor es el insaciable deseo de comunión”. Aparece pues el amor como comunión, como el “estar” en y con el otro u Otro. El amor supone apertura, supone abrirnos a ser lo que somos, es una oportunidad de vida y ello nos conecta también con la comprensión de la educación en y para el amor. Y desde esta concepción, solamente cabe educar desde y en la confianza.
La confianza genera deseos de compartir, de mostrarse con lo que uno es y tiene sin temor a ser juzgado, de ofrecer y agradecer. Si en una comunidad educativa se educa y trabaja desde y en la confianza el bienestar de esa comunidad es mucho más elevado que en aquellas en las que se educa y trabaja desde el posicionamiento que da el autoritarismo, entendido como imposición y no como el compartir. Quienes forman parte de una comunidad que promueve la confianza, es más probable que se sienta en un lugar de buen trato.
Llegados a este punto nos detenemos en la triste evidencia de que la palabra “maltrato” aparece bien definida en el diccionario de la RAE sin embargo, tal y como refiere Fina Sanz, la palabra “buentrato” no aparece por ningún lugar. Por lo tanto, ¿cómo vamos a llevar a cabo aquello que no se nombra?, ¿de qué manera vamos a convertir en acción lo que no existe?
Para responder a estas preguntas, el planteamiento de Xavier Quinzà sobre el cuidado nos puede ayudar. El cuidar, siendo docentes, es la responsabilidad de tutelar, es una responsabilidad ética. El profesor Quinzà propone el cuidado como dar y recibir, “abrirse a la donación, pero también a la recepción”. Es un dar lo que soy y lo que tengo en mi, compartir lo que recibo y crear así una red infinita de multiplicar aquello que recibimos, transformamos, y retornamos. Como educadores y educadoras tenemos la tarea de dar, regalar, transferir aquel conocimiento que hemos adquirido gracias a haberlo recibido de otros y otras; pero también de dar lo que somos, producto de la vivencia de lo recibido, transformado por el ser, y vuelto a las personas con quienes estamos y convivimos. De esta manera, entendiendo así el cuidado, “bientratamos” a las personas con las que convivimos.
Generamos así redes de cuidado, entendidas según Quinzà como un estar “vinculados a otras personas, ser un nudo de la red con los otros”. Y es en esa red, que puede ser la de nuestras comunidades educativas, en las que CO-existimos, compartiendo, enriqueciendo y multiplicando los dones recibidos.
Nuestro referente de buen trato, sin lugar a duda, lo encontramos en la Persona de Jesús, puesto que Él nos cuida sin oprimir, nos da aire, nos da la libertad que supone el vivir en confianza y seguridad.
Isabel Padilla Trueba
R.P-Coordinadora Pedagógica General.
Marisa Vázquez Martínez
Responsable congregacional de Entorno Seguro.