La educación es un derecho fundamental. Es más, no es solo un derecho fundamental sino el derecho fundamental que garantiza el respeto y el logro del resto de los derechos fundamentales. Garantizar realmente el derecho a la educación hoy supone asegurar que nadie se quede atrás, tal y como propone la Agenda 2030. Supone ser capaces de compensar las desigualdades y de garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos (ODS 4). Por tanto, no debemos aspirar solo a que los alumnos aprueben exámenes o pasen de curso, sino a formar personas que mantengan a lo largo de su vida el deseo de aprender. Este es el gran reto. Un reto que será inalcanzable mientras mantengamos cifras de fracaso escolar como las actuales.
Sin querer ignorar la responsabilidad individual de cada alumno, está lejos de ser un asunto que deba resolverse exclusivamente en la esfera privada (la del alumno o el profesor) o que debamos achacar con fatalidad a la sociedad y a su ausencia de justicia y equidad. El fracaso escolar de un alumno no es una responsabilidad exclusiva de él, su tutor o sus maestros directos, sino del conjunto de toda la escuela.
La pregunta que debemos hacernos es entonces en qué medida el centro escolar y sus dinámicas responden adecuadamente a las diversidades y a las necesidades de todos nuestros alumnos o, en palabras de Mel Ainscow, la pregunta es cómo podemos crear contextos educativos que puedan llegar a todos los estudiantes. El reto es transformar la escuela, cada escuela, en una comunidad capaz de trabajar unida en beneficio del aprendizaje y la formación de todos sus alumnos.
Las implicaciones son grandes y van desde un cambio de expectativas de los docentes hacia las posibilidades de sus alumnos y de los alumnos hacia sí mismos, a una posible reorganización del día a día de la escuela, sus horarios, los agrupamientos de los alumnos y los espacios. Abordar este reto pasa por hacer cambios en nuestras maneras de entender el aprendizaje y la enseñanza, en la cultura escolar, en la autonomía real de los centros escolares, en la concreción de los currículos, las metodologías y las maneras de evaluar el aprendizaje. También en la financiación y en las condiciones de trabajo de los docentes.
El desafío de incluir a todos en la cultura del aprendizaje pasa también por cosas como la colaboración docente y el trabajo en redes; el liderazgo sistémico; la centralidad de los procesos de enseñanza y aprendizaje; el debate entre la responsabilidad y la rendición de cuentas; las nuevas relaciones entre la administración pública y las escuelas y, sobre todo, la implicación de la comunidad.
Tradicionalmente la escuela ha dado respuestas colectivas (iguales para todos) basadas en el trabajo individual de los docentes. Ahora, el mandato de la inclusión nos exige dar respuestas individualizadas desde el trabajo colectivo de equipos docentes. Sin embargo, las estructuras organizativas escolares no están creadas para favorecer ese trabajo colaborativo. Pocas escuelas están estructuradas para permitir que los profesores piensen en términos de problemas compartidos o de objetivos organizativos más amplios.
Garantizar el derecho a aprender de todos no será nunca el resultado de medidas aisladas y actuaciones desconectadas, sino la consecuencia de un proyecto educativo construido y compartido por toda una comunidad. Un proyecto de todos, hecho entre todos y que atienda a todos. Un proyecto que apueste por una cultura escolar construida sobre los pilares de la colaboración, la cooperación, la confianza, la complicidad, el apoyo mutuo y la tolerancia.
Es necesario recuperar la visión de la educación en sentido amplio, reconociendo la importancia creciente de otros contextos de actividad y de otros agentes educativos en las trayectorias individuales de aprendizaje, y repensar las funciones, los objetivos, y la organización y funcionamiento de las instituciones de educación formal.
La escuela puede ser un factor para la transformación o para la exclusión, pero no es ni una institución neutra, ni una institución reproductora. Devenir una cosa, la otra, o algo diferente, es cuestión de todos nosotros. Como lo es que nadie se quede atrás. Este es el gran reto. Este es nuestro reto.
Carlos Magro
Moderador en el XV Congreso de EC “#Magister. Educar para dar vida” de las ponencias “Maestros que transmiten y transforman” y “Padres que confían”