El 30 de octubre de 1992 se produjo la rehabilitación de Galileo Galilei y una sincera petición de perdón por parte de San Juan Pablo II. ¿Era necesario? ¿Sirvió para algo?

A nuestra humilde escala es posible que nos estemos acercando a un momento similar. Me refiero al ámbito de la educación basada en una supuesta innovación, la «educación con pantallas». Creo que vamos acumulando evidencia suficiente como para pensar que inevitablemente se acerca el momento de asumir la realidad y pedir perdón. No se trata de que estas líneas se conviertan en una larga lista de evidencias científicas, opiniones de psicólogos, estudios universitarios que refuercen esta postura… pero pueden ser una llamada al análisis calmado, sincero y al sentido común.

Porque es de sentido común que si vemos conveniente limitar el número de horas que nuestros hijos están expuestos a las pantallas, no puede ser buena idea que en el colegio la exposición pretendamos que sea prácticamente permanente. Seguramente nos deberíamos preguntar si la media de nuestros alumnos e hijos aprenden más, nos deberíamos preguntar por qué cuesta mucho más que hace años la lectura tradicional, y la pregunta clave: se supone que al introducir las pantallas como principal herramienta educativa los chavales iban a desarrollar una competencia digital muy alta, ¿ha sido así?

La experiencia me dice que es necesaria una urgente reflexión. La reacción desde la escuela ante una tecnología que como todas es neutra, ambigua pero por tanto con una cantidad de peligros potenciales enorme ha sido la de limitar el acceso a espacios que no son adecuados y también espacios que sí que lo son. Esta estrategia ha sido necesaria pero ha conseguido que la Tablet, el Chromebook o lo que hayamos elegido esté tremendamente limitado, como no puede ser de otra manera. – Chicos, vamos a mirar la misión, visión y los valores de Mercadona, o de Amazon, o de Telefónica. La respuesta de los chicos suele ser: imposible, lo miramos con el móvil porque con el Chromebook nos bloquea todo. ¿Alguien puede compartir datos?

Algunos profesores muy convencidos me comentan que la solución es llevar a clase un portátil en el que conectar el programa que filtra la actividad de los alumnos y así controlar los avisos, las notificaciones o la actividad, con lo que el profesor que va a dar una clase de Biología, con el nivel B1 de innovación, tiene que estar pendiente de tres pantallas, la clase, de corregir ejercicios, de vigilar qué alumno no está haciendo lo que debe, de animar y motivar al que nunca saca nada relacionado con la asignatura, vigilar el que entra en una página web que no debe, sancionarlo, informar a las familias, esperar las alegaciones, revisar las alegaciones de sanciones anteriores, atender a los alumnos con necesidades especiales, estar atentos a la observación y a las listas de cotejo… y mientras tanto la mitosis o la fotosíntesis quedan esperando a que les llegue su turno. Y a lo mejor el turno les llega con una frase mágica “chicos id mirando el punto 3.4 del tema” porque tengo que revisar unas cosas. Puede parecer una exageración pero en realidad solo lo parece. Por eso llegados a este punto me pregunto ¿y si va llegando el momento de pedir perdón?, ¿y si va llegando el momento de reconocer que nos hemos equivocado a pesar de las muchas voces que decían que incorporar pantallas para todos, en todas las clases era un error y que se han querido silenciar bajo la excusa de que bueno, son profesores que por comodidad no han querido explorar ni explotar las maravillosas potencialidades de esta herramienta? Ni tengo ni pretendo tener la última palabra en esta cuestión… pero sospecho que ese momento se va acercando y que no va a hacer falta mucho tiempo para darnos cuenta de ello. San Juan Pablo II pidió perdón… y no fue humillante, sino que sirvió para que nuestra Iglesia ganara en autenticidad, humildad y coherencia.

¿Supondrá esto el fin de la escuela innovadora, el fin de nuestros proyectos, el fin de la escuela que conocemos hoy?, ¿y si lo innovador fuera volver a lo de siempre? No soy de los que piensan que todo antes estaba fenomenal y todo lo de ahora es horrible, no es así. Creo que volver a casa no es volver a los años setenta y ochenta sino volver a nuestro centro, a nuestra esencia. ¿a qué esencia me refiero? Quizá estas tres palabras nos ayuden:

Confianza. Confianza y seguridad en lo que hacemos, en que lo que hacemos lo hacemos bien. La innovación forzada nos ha llevado a espacios de duda y de inseguridad y necesitamos confianza (podríamos hablar aquí de la evaluación por competencias pero ni quiero asustar, ni quiero aburrir). Confianza en que sabemos enseñar. Si convivimos en los claustros con docentes que llevan más de 30 años pisando aula y gastando tiza y te confiesan que ante esta fiebre innovadora sinceramente no saben si lo están haciendo bien, está claro que estamos en un momento de crisis. Muchas de nuestras instituciones tienen varios siglos de brillante historia a sus espaldas… sabemos enseñar, sabemos educar, sabemos evangelizar y sabemos hacerlo bien. No es necesario apuntarnos a cada moda que surge, a cada falso profeta educativo que nos dice “yo os voy a decir lo que hacéis mal”, “yo os voy a decir lo que debéis hacer si queréis un futuro”, “la falta de natalidad nos augura un futuro horrible pero yo tengo la solución, pagadme y os la digo”. Confianza para los equipos directivos por parte de las instituciones, confianza para los profesores en su tarea y confianza para las familias en que dejan a sus hijos en manos de profesionales competentes, coherentes, motivados y formados.

Transformación. Educamos para hacer un mundo mejor según los valores del Evangelio, eso supone hacer un mundo más amable, más servicial, en el que se denuncien las injusticias, y un mundo en el que el cuidado de todos por todos sea constante. Un mundo que apunte a la extensión del Reino, un mundo en el que los pobres, los excluidos, los que tienen más dificultades tengan su sitio y sus oportunidades. Creemos en eso y en la medida de nuestras posibilidades, sabiendo que es una tarea muy complicada y en la que vamos a fallar una y mil veces, vamos a luchar por ello. Transformar es apostar por llevar el Evangelio a nuestros claustros, niños y familias, transformar es invitar a nuestros niños y familias a iniciarse en los sacramentos porque es posible que si no se hace desde los colegios nadie lo haga, transformar es apostar de forma seria por nuestras actividades pastorales que generen grupos juveniles en los que los jóvenes crezcan en un ambiente sano, cristiano, atractivo y divertido.

Cuidado. En nuestra sociedad lo más necesario no es innovar, sino cuidar. Generar estructuras en las que un niño que sufre actitudes cercanas al acoso pueda ser detectado a tiempo y podamos acompañar a los posibles acosadores y acosados. Necesario es tener profesores mentalmente sanos que puedan ayudar y que sean referente de sus alumnos y familias. Es urgente reducir el número de profesores que necesitan de forma habitual ansiolíticos, antidepresivos y pastillas contra el insomnio.

¿Y si apostamos por construir escuelas cuidadas, convencidas, entregadas a la tarea que se nos encomendó? Hoy parece más necesario que nunca construir escuelas sanas para todos empezando por los profesionales de servicios y acabando por los equipos directivos. Escuelas en las que todos cuidamos de todos desde la confianza y con la confianza de que hacemos lo correcto. Para ello tal vez sea necesario parar y pedir perdón para poder volver a casa porque todos sabemos que en casa es donde mejor se está.

Carlos Doncel Fuentes
Profesor de filosofía y ciencias sociales