Esa noche me revelé. Después de estar leyendo varias noticias de la franja de Gaza, de escuchar la homilía de un sacerdote en Siria, de ver imágenes de adolescentes y niños en uno de los campos de refugiados que hay en 126 países y de ser impactada por una conversación callejera acerca de cómo sería el vestido de la presentadora para el programa de la noche para las campanadas quedé impactada.
Vivimos en un continuo contraste. Ciudades arrasadas, casas de personas bombardeadas por drones frente a la humanización exagerada de mascotas que nos lleva a celebrar sus cumpleaños en el parque poniéndoles corona y todo; adolescentes sufriendo sin saber gestionar la vida pero sabiendo con exactitud su ritmo cardíaco y nivel de oxígeno en sangre gracias a sus pulseras inteligentes. Personas viendo pasar las horas tras una pantalla aunque tengan enfrente la belleza e inmensidad del mar o la amistad de alguien a su lado. Youtubers e influencers hablando de los nuevos cachivaches electrónicos ante una población haciendo fila y esperando el lote de fruta y verdura asignado para su familia que, con un poco de suerte, les alcanzará para la siguiente entrega en unos cuantos días. Personas dudando en qué plataforma ver una película mientras por las ventanas se cuelan las sirenas de la policía moviéndose velozmente para atender al último herido en las peleas del barrio de al lado.
Yin y yang, vacío y llenura, tecnología al servicio del ser humano o un ser humano al servicio de la tecnocracia.
Esa Nochevieja no podía ser vivida de la misma manera. Mucha gente lo celebraba comiendo las 12 uvas, disfrutándolo en familia o con amigos, sabía que era un momento especial para todos ellos pero ese impacto hizo que mi celebración estuviera llamada a ser algo diferente, ir más allá. Lo que había escuchado por la mañana me había impactado tanto que temía que, al tragar las uvas, se me atascara la fruta por la garganta del sinsentido. Era una rebeldía insignificante para los que me rodeaban pero, ese gesto imperceptible y que no causaría efectos secundarios en ninguna parte del mundo, a mí me ayudaba por dentro estando más conectada y menos indiferente a lo que otros vivían. Mucha gente celebra el nuevo año de forma alternativa; me uniría en la distancia a todos ellos y ellas.
En la televisión, esa noche, los discursos de buenos deseos y mejores propósitos dejaban un trasfondo de paz parcial, de quietud retenida y hasta de sonrisa vacía en los presentadores. Fue de esos momentos extraños pero intensos en los que, brindaba con los míos pidiendo al Señor que nos ayudara a ser, sencillamente, más humanos. Brindaba para que pudiéramos tocar profundamente con el corazón las raíces de donde brotan las desigualdades y conflictos en el mundo, comenzando por los nuestros pero con una mirada en los “ellos”.
Me resonaba de la eucaristía de la noche el fragmento del libro de los Números, cuando el Señor habló a Moisés:
Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz”.
Me sentía serena, reafirmada y en unidad con esa bendición. Meditativa, presentaba la cantidad de gente que, en esa noche, no se sentía protegida ni iluminada con Su favor pero… aun así, sintiéndolo o no, me repetía: Él permanece y bendice con la paz a todos, día tras día.
Pensaréis que qué forma de relajarse tiene una en tiempo de vacaciones y qué planazo el mío, pero… a cada campanada brotaba una bendición. Celebraba las 366 oportunidades que se nos regalaban para hacer vida la paz en nuestro entorno, este año 24 horas más que en los anteriores.
Para mi sorpresa, al día siguiente, el Papa nos regaló un mensaje, para la Jornada Mundial de la Paz 2024. Decía cosas como:
Los desarrollos tecnológicos que no llevan a una mejora de la calidad de vida de toda la humanidad, sino que, por el contrario, agravan las desigualdades y los conflictos, no podrán ser considerados un verdadero progreso.
Espero que esta reflexión anime a hacer que los progresos en el desarrollo de formas de inteligencia artificial contribuyan, en última instancia, a la causa de la fraternidad humana y de la paz. No es responsabilidad de unos pocos, sino de toda la familia humana. La paz, en efecto, es el fruto de relaciones que reconocen y acogen al otro en su dignidad inalienable, y de cooperación y esfuerzo en la búsqueda del desarrollo integral de todas las personas y de todos los pueblos.
Mi oración al comienzo del nuevo año es que el rápido desarrollo de formas de inteligencia artificial no aumente las ya numerosas desigualdades e injusticias presentes en el mundo, sino que ayude a poner fin a las guerras y los conflictos, y a aliviar tantas formas de sufrimiento que afectan a la familia humana.
Un año más, este 30 de enero, volveremos a celebrar el Día Escolar de la No Violencia y la Paz en nuestras comunidades educativas. Habrá en los patios y pasillos frases de ilustres personajes hablando de paz, palomas coloreadas y manos entrelazadas; rezaremos con textos del Evangelio y leeremos manifiestos previamente preparados para mover e inclinar nuestros corazones; realizaremos declaraciones y decálogos. También nosotros debemos rebelarnos un año más y vivir este día desde el hondón. No nos cansemos. Nuestros centros son espacios privilegiados para poder promover la paz y el diálogo, para potenciar el encuentro entre gente de diferentes culturas y pensamientos que enriquecen y dan sentido a nuestro ser Iglesia de puertas abiertas, y que nos ayudan a educar y a aprender a tener corazones abiertos.
Que podamos también, detrás de cada acción, crear espacios de reflexión acerca de la inteligencia pacífica que nos regala el evangelio de Jesús. Que cuidemos siempre un uso de la tecnología para que sea solo una herramienta y no una substitución de nuestra llamada a la fraternidad. Velemos para que cada avance no se nos atragante como las uvas de Nochevieja, y que pueda ser siempre signo de progreso y de una humanidad nueva: una que mira a los ojos, que escucha al otro con tiempo y sin cascos de por medio.
Termino volviendo a citar las palabras del papa Francisco para que podamos colaborar en armonía para aprovechar las oportunidades y afrontar los desafíos que plantea la revolución digital, y dejar a las generaciones futuras un mundo más solidario, justo y pacífico.
Que así sea, Señor.
Dolors Garcia Gispert
Directora del Departamento de Pastoral de EC