El otro día hablando con mi hija de 14 años sobre la violencia de género y acoso escolar me sorprendió comprobar que a pesar de que es un tema que hemos abordado en casa, a pesar de las campañas en los medios de comunicación, de los programas de convivencia en la escuela, etc. todavía a las y los adolescentes les cuesta percibir determinados gestos como violentos y, además, muchos siguen pensando que denunciar es de “chivatos”.
Los últimos datos del informe sobre Violencia de Género de la Fundación ANAR de 2015, recogidos a partir de las llamadas recibidas en 2014 en el servicio de atención telefónica a menores y adolescentes de dicha Fundación, nos dicen que las llamadas que alertan sobre la violencia de género se han incrementado un 24% en 2014, un dato preocupante que da cuenta de que los chavales necesitan espacios como este para denunciar. Lo mismo podríamos decir del acoso escolar. Uno de cada cuatro escolares en España son víctimas de violencia y acoso escolar, es decir, un 25%, según el informe Cisneros.
Desde casa y desde la escuela deberíamos animar a nuestros hijos y alumnos a denunciar siempre que sean objeto de cualquier tipo de violencia (de género, acoso escolar, ciberbullying, sexting…) o testigos de la misma, tanto en el mundo off-line como en el on-line. Nuestro reto como educadores sería lograr que pasaran de ser “chivatos” a ser “héroes”. Que esa conducta se percibiera por los adolescentes como algo atractivo. “Decir la verdad es una cuestión de valientes”, debería ser su lema.
Ahora bien, para ello los adultos también tenemos que hacer algunos cambios. Es imprescindible que creemos esos espacios en los que los chicos se sientan seguros para poder denunciar, espacios en los que sepan que van a tener nuestra atención, que les vamos a escuchar y que les vamos a dar una respuesta. Nunca deberíamos trivializar cuando se acercan a nosotros a contarnos algún suceso relacionado con la violencia sea del tipo que sea y, de ser cierto, nuestra respuesta tiene que se contundente.
El rechazo a los acosadores tiene que ser total, es más, debería ser social. Los datos son, a mi juicio, alarmantes. En el Informe de la Fundación ANAR se señala además que del total de las llamadas de las menores que sufren directamente violencia de género por parte de su pareja, el 34,9% tenían 17 años y el 27,7% tenían 16 años, correspondiendo a un 16,5% la franja comprendida entre 13 y 14 años. Y, lo más sorprendente, en un 51,1% de las llamadas, la adolescente víctima no tiene consciencia de serlo.
Este dato, sinceramente, como madre me asusta mucho porque cada vez percibo más en nuestra sociedad y, sobre todo, en nuestros adolescentes una atracción hacia la violencia. Videojuegos, películas, series, anuncios, libros, canciones… identifican al “malote” con el “guay”, el “sexy”. En mi época era todo lo contrario, el “super héroe” era el bueno. Ahora las personas y relaciones problemáticas, violentas o potencialmente violentas se consideran más atractivas, divertidas, excitantes; y, en cambio, aquellas personas y relaciones no violentas, igualitarias, no son atractivas. Invertir esta tendencia no es fácil, pero no nos queda más remedio que hacerlo desde casa y desde la escuela.
Recientemente en el X Foro de Orientadores de La Salle, dedicado al cuidado y mejora de la convivencia, se habló de cómo enfrentarse desde los centros educativos a este nuevo reto que supone superar la violencia tanto dentro del aula, como en las redes sociales. Se dijeron cosas muy interesantes que ya se están poniendo en práctica en distintos colegios, pero yo me quedo con dos que, a mi juicio, serían el primer paso para ir invirtiendo esa tendencia de la que antes hablaba, especialmente en la violencia de género. La primera se trata de la realización de una socialización preventiva de la violencia que contemple “violencia 0 desde los 0 años”. Esta socialización preventiva de la violencia de género no supone solo condenar la violencia en las relaciones, implica también saber identificar los modelos violentos que están presentes en la sociedad para poder despojarlos de su atractivo desde los 0 años.
La segunda cuestión sería pasar del “lenguaje de la ética” al “lenguaje del deseo”. Personalmente creo que es difícil pero me comprometo a intentarlo con mis hijos. Mientras que desde el lenguaje de la ética, de los valores, nos centramos en decir lo que está “bien” y lo que está “mal”, el lenguaje del deseo se refiere a lo que “gusta”, a lo deseable, a lo atractivo. Si sólo utilizamos el lenguaje de la ética, es decir, si sólo les decimos “lo conveniente” y lo “no conveniente”, seguramente nuestros hijos y alumnos nos harán poco o nulo caso. El objetivo no es que “repriman” sus deseos aceptando lo que “les conviene” pero no les atrae porque es “lo bueno”, sino que se trata de que la socialización preventiva genere deseo y atracción hacia estos modelos “convenientes”, que “lo bueno” sea lo excitante.
Pero no quiero extenderme, ya que este tema de la socialización preventiva de la violencia y los lenguajes daría para otro post, ni tampoco desviarme del tema de la importancia de denunciar siempre. No podemos permitir que muchos niños se sientan apartados o maltratados física y mentalmente, se trata de una responsabilidad conjunta y afortunadamente cada vez tenemos más herramientas a nuestro alcance para luchar contra la violencia. Recientemente leí un artículo que hacía referencia a 7 aplicaciones móviles para combatir el acoso escolar, tanto para mejorar la comunicación entre padres e hijos cuando estos últimos están siendo víctimas o testigos de acoso, como para denunciar de forma totalmente anónima cualquier tipo de violencia (http://bit.ly/1VG5EGs). No dejéis de leerlo, os lo recomiendo, y si podéis, informad de estas aplicaciones a vuestros hijos y alumnos porque constituyen un espacio más donde pueden sentirse seguros.
Lo dejo por hoy. Yo seguiré insistiendo a mis hijos en que denuncien, que nunca sean pasivos ante la violencia y que recuerden siempre que “quien me quiere me trata bien”.
Eva Díaz
@evadiazfer