La enseñanza en Aragón es como un partido entre dos equipos. Yo soy del equipo de la pública y quiero ganar el partido a la concertada, pero quiero hacerlo con deportividad, en igualdad de condiciones y en libertad. No quiero ganar un partido en el que al rival, un árbitro comprado, le expulse a varios jugadores.
Por razones personales, ya que temo posibles represalias, prefiero que no trasciendan mis datos, pero diré que soy maestro de educación Infantil en un Colegio Público de Zaragoza desde hace más de 15 años. Tengo dos hijos de 12 y de 9 años que estudian, por decisión personal adoptada libremente junto a mi esposa, en un colegio concertado de la capital.
He estado atento a las noticias relacionadas con los recortes en el número de aulas de Infantil en la enseñanza concertada en Aragón, ante lo que me muestro absolutamente en contra.
Creo en la diversidad, en la libertad de elección de modelo educativo para nuestros hijos, creo que es necesaria la sana competencia frente a otras opciones, que permita mantener y mejorar el músculo del sistema público de enseñanza frente al modelo que plantean los centros concertados.
La decisión, aparentemente forzada por el partido político Podemos, partido que ni siquiera ha formado parte anteriormente en los pactos alcanzados sobre educación, es una estrategia común junto con el partido socialista para justificar, colocando a Podemos como “poli malo”, una medida añorada por los socialistas desde hace muchos años. Que nadie se lleve a engaño. Conozco bien que a nadie en el actual Gobierno de Aragón le temblará el pulso a la hora de firmar esos recortes. Poner un número inicial de 48 aulas a cerrar y dejarlo en 28 no es nada más que una artimaña que sitúa a unos como malos y a otros como buenos, pero que alcanza el fin deseado por ambos, herir de muerte a la enseñanza concertada, para tumbarla a corto plazo.
La educación no debe convertirse en una moneda de cambio que se utilice para forzar acuerdos presupuestarios, ni puede generar un nuevo foco de conflicto en nuestra sociedad, de por sí dividida y sin un rumbo claro. Hemos demostrado qué modelos pueden convivir perfectamente.
Tengo amigos y amigas e incluso familiares, que trabajan en centros concertados con enorme profesionalidad, implicados en modelos educativos innovadores, que son un referente en muchos casos para quienes formamos parte de la escuela pública. Quien diga lo contrario no quiere ver la realidad.
Defiendo el derecho a poder elegir, quiero que existan opciones competentes que compitan entre sí para que los niños, que nadie les olvide, puedan tener acceso a la mejor educación posible en nuestra comunidad. Si no hay competencia, solo queda una opción, en este caso, un modelo con el que poder, potencialmente, adoctrinar en dogmas concretos destinados a sembrar caldos de cultivo que recoger dentro de algunos años.
Me niego a quedarme callado ante este acuerdo político, estratégicamente diseñado, que camufla idearios sectarios y totalitarios. Me resisto a que tanto este asunto como otros a nivel nacional, sigan sembrando la división entre los ciudadanos. Los niños no son trofeos, son los hombres y mujeres del futuro y es nuestra obligación educarles en libertad.
Un profesor de la pública
Me quito el sombrero