Para educar, hemos de mirar a nuestro corazón y al de nuestros alumnos porque educar es cosa del corazón. Es ahí, en los corazones, donde se halla el poder y la fuerza necesaria para transformar el mundo. Es ahí donde se esconden los miedos y los sueños. Es ahí donde debemos llegar.
Si queremos llegar a la cabeza de nuestros alumnos para que adquieran conocimientos, no podemos olvidarnos de pasar antes por la puerta de su corazón. Es allí donde realmente se comprenden las cosas.
En este 5 de octubre en el que celebramos el Día Mundial de los Docentes no nos conformemos con pasar por delante de nuestros alumnos. Intentemos pasar por dentro de ellos, procuremos convertirnos en grandes turistas que, todos los cursos, hagamos turismo de interior para visitar sus corazones.
Visitemos su corazón:
- Para impregnarlo de un espíritu indagador y para que tengan amplitud de miras.
- Para que se encoja, se estremezca, grite y actúe ante las injusticias.
- Para que descubran sus capacidades escondidas y las desarrollen.
- Para contagiar el deseo de aprender y para alimentar sus pasiones.
- Para que aprendan a juzgar sin dejarse llevar por analogías superficiales.
- Para que sepan lidiar con la adversidad y sepan coger las riendas de su vida.
- Para que descubran la importancia de ayudar y de servir a los demás, la importancia de proteger al desamparado.
- Para que nunca se marchite y para que no se llene maleza.
- Para que siempre se siembre, se abone y se riegue; para llenarlo de color, luz y vida.
- Para que sean capaces de llegar al corazón de los demás, pero para que siempre lo hagan en son de paz.
No es una tarea fácil convertirse en turistas de corazones, ya que requiere que nos demos para poder oír sus latidos, leer sus miradas, escuchar sus palabras, sentir sus miedos, acariciar sus sueños, abrazar sus penas, ahuyentar sus fantasmas, celebrar sus alegrías, vestir su piel, borrar sus prisas, apagar su ruido, encender su música, fortalecer sus alas, coser sus cicatrices…
Si como dije antes, educar es cosa del corazón, educar es respetar la individualidad y la autonomía de los demás; educar es abrigar sus sueños y destapar sus miedos; educar es alimentar sus talentos y sus pasiones; educar es confiar en sus capacidades; educar es regar su independencia y cimentar su confianza.
Copérnico revolucionó la astronomía poniendo al sol en el centro y proponiendo un retorno a la simplicidad ante el sistema ptolemaico que lo complicaba todo. Resulta que, bajo mi punto de vista, la educación precisa que se inicie cuanto antes una revolución copernicana que nos retorne a la simplicidad y a la verdadera esencia que se desprende de la palabra educar. Una revolución que ponga al corazón en el centro, que convierta a la escuela en regazo y en abrazo para el niño.
A partir de ahí, todo lo demás.
Manu Velasco
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