En este mes de agosto he tenido la suerte de poder contemplar durante horas el mar en sus muchas variantes.
En la playa de Malgrat de Mar, mi lugar en el mundo, he podido crecer observando esa línea de horizonte de izquierda a derecha, sin nada que impida o entorpezca esa finitud. Se dice que la gente de mar tenemos facilidad para soñar y reflexionar porque venimos de generaciones que se han imaginado qué habría más allá de esa línea. Quizá esa imaginación, acompañada por un chin de inconformismo y también de necesidad, ha hecho que quisiéramos desanclar barcos, desplegar velas, ir mar adentro, buscar otras tierras, conocer gente y abrirnos a otras culturas.
El horizonte me ha regalado desde siempre esa presencia inmanente de Dios, que permanece más allá de los cambios de playa y oleaje. Ese sonido repetitivo e hipnótico del agua, la constancia del movimiento, esa brisa marina… es como un mantra que me regala su amor; a veces diciendo estoy contigo; otras, no temas y en ocasiones, solo desde su silencio, siendo capaz de hacerme acallar tormentas, tempestades o búsquedas del alma.
La sorpresa fue cuando buscando esa línea extensa en otra playa con un paisaje diferente, noté que estaba más reducida por las montañas que la flanqueaban, pasaba casi inadvertida y eso me incomodaba porque aparecía delante de mí el límite al horizonte. A causa de la perspectiva, de mi visión, de donde estaba ubicada en ese momento, el horizonte se acortaba, había límite. Sabía del horizonte pero desde ahí era muy reducido, no lo contemplaba igual. Esto me chocó pero me hizo pensar.
El horizonte siempre está. Estés como estés, pases la época que pases, haya temporal o esté como una balsa, sea de color azul o gris. La majestuosidad del horizonte siempre sale al encuentro pero, eso sí, hay que saber ubicarse si quieres dejarse atrapar por su fuerza.
Comenzamos septiembre y un nuevo horizonte de curso se nos regala aunque también sentimos incomodidad porque conocemos los límites o dificultades que hay. Un día alguien nos llamó para trabajar en el mundo de la educación y quizás al cabo de los años convertimos ese trabajo en pasión y detrás de esa pasión descubrimos el envío que se nos hacía para poder hablar con nuestra propia presencia de la Vida que se nos regala. Quizás algunos soñasteis formar parte de una educación que transformara corazones y entornos y fue tanta la actividad y entrega en unos años que ahora, quizás en algunos solo, esa actividad abruma, da pereza o quizás provoca demasiada incomodidad al comenzar. Quizás palpitaciones y abatimiento. Quizás densidad y más densidad. O quizás os sale al encuentro el horizonte de la ilusión, la alegría, el envío evangelizador…
Estés como estés, comiences como comiences el curso, me sale decir en voz alta, también porque me viene bien escucharlo a mi, que el horizonte permanece y nos regala, tanto si lo ves como si no, un lugar donde poder provocar encuentro profundo, donde se hable de fraternidad y hasta pueda convertirse en casa para aquellos que se sienten hoy desprotegidos.
El colegio en el que estás te regala la oportunidad de hacer vida el mensaje de Alguien que apuntó con su ejemplo esperanza, posibilidad, transformación y vida para todos, alguien que nos atrae y recuerda que hay un amor infinito más allá del día a día, de las pasiones, emociones o apetencias.
Ante este inicio nos podemos ubicar ya desde el agobio, la tensión, el malestar añorando las cebollas de las vacaciones de Egipto viendo cómo el horizonte se reduce o podemos hacerlo desde esa invitación que el de Nazaret nos llama y empuja continuamente a través de su Espíritu, cada uno desde su rol en la comunidad educativa. La invitación es clara aunque nada fácil.
Que el Dios de la paz que en estos días algunas hemos podido contemplar, continúe acompañándonos y que nos dé la fuerza para sabernos ubicar cada día desde esa perspectiva y que ni las montañas del trabajo más arduo puedan borrarlo cuando aparezcan ante nosotros con toda su grandeza imponente.
Es cuestión de perspectiva, es solo cuestión de ubicación. ¿Nos atrevemos?
Ayudémonos a pensar en nuestro envío más que en todas las tareas, ayudémonos a pensar en tantas entidades titulares que, como la nuestra, sueñan construir futuro en el presente, ayudémonos a apostar por una educación en la que Él esté presente.
No pongamos muro al horizonte.
Gracias por ser, estar, educar… con nombre propio. En nombre de Jesús.
Feliz curso.
Dolors Garcia
Directora del Departamento de Pastoral de Escuelas Católicas