Un Miércoles de Ceniza de hace unos años, salíamos de la capilla del colegio tras una oración preparada por los profesores del ciclo. Estábamos contentos de cómo había ido todo, aunque solo pudimos intercambiar: «qué bonito ha sido y cómo se han metido los chicos en la dinámica», mientras recogíamos apresuradamente para llegar a clase.
De camino, a mi lado iba Sicheng, un alumno con energía acumulada e intensidad indescriptible, de esos que te sacan lo mejor y, a veces, por qué no decirlo, lo peor como docente. Me hice la encontradiza para preguntarle qué le había parecido ese rato de encuentro, de silencio y de compartir, sabiendo que, al venir de otra tradición y cultura, su mirada podía aportar algo diferente.
«¿Eso de rezar y Jesús? No ha estado mal. Pero faltaban colores», me dijo.
Su comentario me descolocó. Habíamos hablado de la Cuaresma, del inicio con la imposición de la ceniza, habíamos hecho el gesto de escribir lo que queríamos cambiar, habían cantado, se habían movido de sitio… Y él me salía con no sé qué colores.
Como a esas alturas del curso ya le conocía bien, sabía que nunca daba puntada sin hilo. Así que insistí preguntando a qué colores se refería. Muy seriamente me dijo:
«El Jesús que contáis seguro que usaba más colores. Aquí solo morado y gris».
¿Cuál es el color de la Cuaresma? ¿Con qué colores pintaríamos hoy el camino hacia la Pascua?
La RAE dice que el color es la sensación producida por los rayos luminosos que impresionan los órganos visuales y que depende de la longitud de onda.
La Cuaresma, en el fondo, también depende de los rayos de luz con los que nos situemos ante ella: del encuentro que hagamos con Jesús, de cuánto dejemos que atraviese nuestra vida, nuestras acciones y nuestra mirada. Dependiendo de la onda que usemos nuestra preparación para Pascua tendrá un color u otro.
Sí, la Cuaresma se puede pintar de gris ceniza y morado penitente. Pero también de verde esperanza, amarillo alegría, naranja calidez o azul confianza.
Una vez más, se nos da la oportunidad de usar una paleta de colores en este tiempo litúrgico. Podemos quedarnos solo con lo que nos frena: nuestros pecados, egoísmos, limitaciones, guerras… O podemos mirar hacia un Dios que consuela, escucha, se entrega hasta el extremo, nos sueña felices y nos invita a dar amor sin condiciones. Ese Dios, el de Jesús de Nazaret, hasta lo había percibido Sicheng, nos pinta la vida con muchos más colores.
Podemos ver solo el gris indefinido, el negro oscuro muerte… O podemos abrir la mirada y descubrir que la vida está llena de oportunidades, búsquedas, tropiezos… pero también levantadas y remontadas que añaden fluorescentes vivos y colores infinitos.
Nuestra Iglesia está en pleno Jubileo con una invitación clara: ponerse en camino con esperanza. Es tiempo de hacer real la sinodalidad, de transitar los caminos poniendo en el centro a quienes más lo necesitan. Es tiempo de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad y mirar más allá de nuestras propias necesidades.
Puedo esperar a que las estructuras cambien por sí solas, o puedo ponerme en marcha aunque sea con el burrito del domingo de ramos, el de la coherencia y sencillez diaria. Puedo lamentarme por la salud del Papa, quejarme con dolor del paso del tiempo en algunas personas que nos gustaría fueran infinitas o acoger la realidad poniendo en práctica todas las enseñanzas que nos han ido mostrando nuestros antepasados en la fe, nuestros patriarcas y matriarcas en nuestras familias, congregaciones o instituciones actualizando los carismas sintiéndonos dentro de una Iglesia casa de puertas abiertas y en salida.
Que el Señor continúe haciéndonos fuertes en la debilidad, como expresa san Pablo a los Corintios, y permanezcamos fieles dando color a la vida. Que nos acerquemos a Él de tal manera que no queramos —ni podamos— dejar de pintar el mundo con los colores del Reino, donde todos tienen un lugar en la mesa, donde los invitados más importantes son los servidores de todos. Continuemos como escucharemos el miércoles: convirtiéndonos y creyendo en la Buena Nueva. Que la esperanza sea siempre «el ancla del alma, segura y firme» como se nos dice en la carta de la Cuaresma 2025.
Hagamos este camino juntos.
Feliz camino de Cuaresma. Feliz camino hacia la Pascua.
Dolors Garcia
Departamento de Pastoral de Escuelas Católicas