¡Están aquí y no se van a marchar! Podríamos comenzar con esta frase la siguiente reflexión: estamos en la era de la transformación digital y esto nos lleva a vivir en un entorno de alta incertidumbre, el llamado entorno VUCA, y desde luego y como era esperable, la educación no puede quedar a un lado de esta realidad.

La introducción de las nuevas tecnologías ha despertado desde hace años grandes expectativas entre la comunidad educativa y como es de esperar, otro puñado de críticas. Desde hace ya años podemos ver en las aulas pizarras digitales, ordenadores, tabletas, impresoras 3D… que se están convirtiendo en herramientas escolares habituales, y no hay marcha atrás. La preocupación por el uso de las tecnologías no es nuevo. Ya en la época del conductismo, con Skinner a la cabeza, se implementaron herramientas digitales con el fin de inculcar competencias a través de módulos automatizados. Es decir, analizar cómo afecta la tecnología al aprendizaje siempre ha despertado un gran interés.

¿Aprendo más cuando la tecnología me motiva?

Podemos comenzar con la paradoja de preferencia-éxito, es decir, no siempre todo aquello que nuestro alumnado prefiere conlleva en sí una mejora en sus aprendizajes. Bien es cierto que el uso de las tecnologías en el aula ha despertado un gran interés entre el alumnado, es decir, que los alumnos se sienten más comprometidos cuando ese aprendizaje se presenta de una forma digital frente a un formato analógico. En general los estudios que se están realizando al respecto confirman un aumento de la motivación de un 10% y el gran reto es conseguir que realmente este incremento se traduzca en una mejora en los resultados académicos… bien es cierto que para poder aprender la motivación juega un papel fundamental, pero no constituye una condición suficiente; ¿quizá el reto está en el marco metodológico o en los proyectos integrales de centro que nos permiten implementarlas? Aquí, un reto.

¡Ojo, atentos!

Las tecnologías nos ayudan a poder presentar el contenido al alumnado de una forma más “atractiva”, pero es que además nos ayudan a que estas presentaciones sean más realistas, casi iguales a la realidad. Esto se antoja muy importante cuando los contenidos son complejos o excesivamente abstractos, porque ayudan al alumnado a “ver” algo que casi es invisible para sus ojos, pero… ¿Qué nos ocurre? Que caemos en el riesgo de ofrecer al alumnado un excesivo número de imágenes que procesar y eso genera ruido en aquellos aspectos a destacar, lo que dificulta integrar las diferentes partes de un todo o hacer una representación mental y, por tanto, no consigamos que el alumno comprenda esa presentación dinámica y real que le estamos presentando. La tecnología por sí sola nos cojea. Como solución tenemos la muleta de la pedagogía, que nos ayudará a evitar los efectos de la dispersión atencional que estos recursos pueden generar. ¿Cómo? Integrando comentarios de textos sobre las imágenes; incluyendo explicaciones sonoras; señalando las partes de la imágen donde deben fijarse… Aquí un reto… tender puentes.

Dame feedback y hazme autónomo

Si en algo nos están ayudando las tecnologías es en la evaluación, para el profesor; y en la ayuda de la regulación del aprendizaje, para el alumnado.

Gracias a una multitud de herramientas podemos ayudar a los alumnos a tomar consciencia de sus procesos de aprendizaje, las oportunidades de mejora que tenemos por delante o aquellos aspectos que debemos consolidar, tenemos un claro aliado de nuestra mano. Por otro lado ahora, gracias a tecnologías como la inteligencia artificial, nos permiten personalizar el aprendizaje, es decir, en función de la ruta diseñada por el educador el dispositivo debe tener la capacidad de proporcionar y regular el aprendizaje del alumno a través de una secuencia de actividades y trabajos adecuados a cada nivel. Ahora bien, es cierto que las diferencias socioeconómicas son un claro potencial limitante para algunos de los alumnos; no tienen el mismo acceso todos a la tecnología.

Si consiguieramos superar este “gap” podríamos acompañar a nuestros alumnos a una toma de decisiones mucho más autónoma, donde el conjunto de estas tecnologías ofrecen una cantidad interesante no solo de ejercicios prácticos donde desarrollar contenidos, sino un acceso democratizado de la información más enciclopedista. Así cada escolar puede elegir entre estas múltiples posibilidades, dependiendo de la etapa escolar y el contenido, y decidir las enseñanzas que desea recibir, o los ejercicios o los problemas que desea resolver para alcanzar sus aprendizajes. De este modo, tenemos un alumno más comprometido con su aprendizaje, donde adquiere aquellos conocimientos que le interesan; se consigue un alumno autónomo que rompa la creencia de que las herramientas digitales suponen un menor esfuerzo, ya que tener autonomía sobre tu aprendizaje exige mayores niveles competenciales, mayores niveles de concentración, en definitiva, un mayor esfuerzo.

Conclusiones

La tecnología no solo nos permite generar un aumento de la motivación del alumnado, focalizar su atención ante aquellas presentaciones de alto nivel digital y de complejidad cognitiva, sino que nos posibilitan ofrecerlos un feedback constante sobre sus aprendizajes y con ello hacer crecer su autonomía. Ahora bien, si todo esto no lo ponemos al servicio de un proyecto pedagógico sólido, anclado en unos marcos conceptuales adecuados a los contextos donde se enmarca, estaremos dejando pasar la oportunidad de subirnos a la era de la transformación digital, para simplemente digitalizar los procesos y haciendo lo mismo que hacíamos antes con una creencia errónea de las mejoras de la tecnología en el aprendizaje de nuestro alumnado.

Chema Lárazo
Ponente del XV Congreso de Escuelas Católicas “#Magister. Educar para dar vida”