Queridas Mar y Charo,
¡Qué ilusión me ha hecho recibir tu carta, Mar! En ocasiones echo de menos esas palabras cuidadosamente escritas pensando en el receptor… escribir cartas, algunas muy formales, otras muy sentidas, eligiendo cada palabra y cada formato según lo que queríamos transmitir. El correo electrónico tiene sus ventajas, pero no es igual, o al menos no es igual para mí, que crecí en tiempos de sellos, buzones y carteros.
Suscribo cada una de tus afirmaciones, me identifico con ellas como estoy segura de que me va a ocurrir con Charo. Nos conocemos las tres desde hace tiempo y hemos compartido muchas horas de trabajo y de vida. Es verdad que estamos en congregaciones distintas, pero nuestras pasiones son comunes. Ha sido un auténtico regalo esta invitación a realizar una ponencia coral en el Congreso de Escuelas Católicas porque eso me asegurará muchos (más) momentos de compartir, aprender y soñar juntas. Os admiro mucho profesionalmente y os quiero más como personas. ¿Se puede tener más suerte?
Dicho esto, y respondiendo a tu carta, ¿qué puedo aportar yo? Después de pensarlo he optado por partir de ese “¿cómo he llegado hasta aquí?” para intentar describir por qué tengo la visión que tengo del liderazgo.
Recuerdo hace años (necesariamente muchos, ya que yo era una adolescente) un anuncio de TV en el que se sucedían una serie de niños y niñas disfrazados de distintas profesiones mientras decían: “yo de mayor quiero ser…” bombero, médico, policía… El anuncio terminaba con una niña que, poniendo los pies encima de una mesa de despacho y cruzando los brazos, afirmaba de forma contundente: “¡yo de mayor quiero ser JEFE!”.
Recuerdo cómo al verlo me imaginaba a mi misma de bombero, de médico o de policía… y yo (que siempre he tenido una mente inquieta a la que le gustaba conocerlo todo) sentía que no me desagradaría dedicarme a esas profesiones, hasta que al llegar a la última opción la cosa cambiaba: “ah, no, esto no”. Lo único que no me producía ningún atractivo era eso de “ser jefe”. Cualquier cosa menos jefe, me decía.
Debía llevarlo en los genes porque, aunque los últimos 20 años he ocupado distintos cargos, no recuerdo nunca haberme sentido “jefe”. Si me paro un poco a pensar no recuerdo tampoco haber tomado decisiones en solitario. Ahora que me conozco un poco más, estoy segura de que lo que me producía tanto rechazo en ese anuncio que veía de niña era que mientras a los bomberos, los médicos o los policías los sentía en plural, al “jefe” lo imaginaba solo y nunca me ha gustado sentirme sola en la responsabilidad.
Entonces, ¿cómo he llegado hasta aquí? Mi pasión es la educación, viví desde niña en un entorno docente y siempre he medido el paso de los años por cursos escolares. Como hija, como madre y como educadora no he pensado nunca en el año tal o cual; siempre he pensado, pienso y pensaré en el curso X o el curso Y.
Los Maristas acompañaron mi niñez especialmente a través de las palabras de mi madre, que sentía una conexión especial con ellos gracias a personas muy cercanas a ella. Pasó el tiempo, fui madre de alumnos maristas y finalmente educadora marista. ¿Fue el destino? Me inclino a pensar que ayudó mucho la educación que recibí. A partir de ahí, todo lo que vino después lo entendí siempre como un servicio. Yo no elegí tutorías, cargos o puestos de liderazgo; yo acepté retos o desafíos que me proponían personas en cuyo criterio ponía mi confianza.
En muchos momentos me cuestioné si yo estaba preparada para desarrollar esa misión; algunos fueron realmente duros, aunque todos, los mejores y los peores, me ayudaron a crecer. Busqué en muchas ocasiones respuestas en la formación que recibí y en los libros que leí; creo que llegué a saberme muy bien la teoría… pero la práctica era otra cosa.
Me ocurrió algo parecido a cuando me preparaba para ser madre por primera vez. Leí todos los libros que cayeron en mis manos, escuché consejos, investigué… Me sentía muy bien preparada y, de repente, el día que nació mi niño toda mi seguridad se vino abajo. Llegué a pensar que no valía para ser madre, y es que mi hijo no era ni actuaba como decían los libros.
Fue mi hijo quien me enseñó a ser madre, al igual que han sido las personas que me han acompañado, con las que he trabajado, las que me han precedido o a las que he guiado, las que me han enseñado lo mucho o poco que se sobre liderazgo.
Evidentemente, la preparación ha sido y será fundamental para entender situaciones, analizar reacciones y planificar caminos, pero siempre conectada con el corazón. Ese corazón que hace que, aunque en todos los libros te recomienden no coger en brazos a tu niño cada vez que llore, tú decidas abrazarlo y mecerlo para que se sienta reconfortado y seguro. Conectar preparación y teoría con corazón te ayuda a sentirte bien y solo si uno se siente bien puede desarrollar con acierto y eficacia su misión.
Me queda mucho por aprender, mucho por leer y mucho por hacer, pero de lo que estoy segura es de que siempre lo haré con otros, por otros y para otros. Ese es el liderazgo en el que creo.
Mucho ánimo a las dos en este final de curso, cuidaros mucho, seguiremos en contacto y prepararemos juntas ese momento que describe Mar en el auditorio del Congreso de Escuelas Católicas con la seguridad de que para las tres merece la pena darlo todo por la profesión más bonita del mundo.
Carmen González Franco
@flosflorum
Ponente del XV Congreso de EC “#Magister. Educar para dar vida”