Cuando Pedro Mezonzo, el obispo de Santiago de Compostela en el año 1000, mandó reconstruir el templo de la ciudad destruido por el rey Almanzor, soñó con un espacio bello y grande que ofrecer a los peregrinos que comenzaban a afluir numerosos a la capital gallega. Su sueño comenzó a materializarse en el 1003. Pero nunca llegó a ver acabado el templo románico inaugurado en el 1075, ni las ampliaciones del arzobispo Gelmírez en el siglo XII, época en la que se terminó el Pórtico de la Gloria. Y ni Pedro Mezonzo ni Diego Gelmírez llegaron a ver las magníficas torres del siglo XIV, ni la decoración barroca del interior del siglo XVII, ni la fachada del Obradoiro, terminada de construir en 1750. Pero a pesar de que sabían que no conocerían el resultado final, aquellos obispos pusieron en marcha su sueño con firmeza, miradas de artistas aportaron su arte a lo largo de los años, decenas de arquitectos trabajaron en diversas épocas, artesanos y canteros trabajaron durante siglos, con plena pasión, para que una obra que comenzó antes del año 1000 pudiese terminarse en 1750. Unos lo soñaron y empezaron a trabajar con pasión. Y, por ese sueño, lo que no existía, comenzó a existir y hoy nos asombra a todos.
Precisamente esta es la obra de orfebrería humana a la que está llamado el maestro: a soñar con lo que todavía no existe, lanzarse con toda la vida al encuentro de otros, y aportar su vida para que otras personas sean plenamente quienes están llamadas a ser. Tarea entusiasmante y de largo alcance. El maestro es un soñador, cuyos sueños se plasman en acontecimientos y encuentros que asombran, nos encantan y nos llaman la atención. En este sentido decimos que estos maestros logran algo ‘’mágico” a su alrededor y con sus alumnos. El maestro, al igual que aquellos obispos, arquitectos y canteros, es quien se entrega, año tras año, a promover que otros construyan su vida, construyendo de este modo la suya propia.
Para ello, resulta imprescindible que el educador o maestro tome conciencia de que su actividad va mucho más allá de transmitir información, cumplir con un currículum o entrenar inteligencias. Ser maestro significa responder a una misión. Y esta misión supone tareas que jamás podrán llevar a cabo las nuevas tecnologías: un encuentro de corazón a corazón con el alumno, su escucha, el diálogo con él o promover en el alumno la búsqueda de la verdad.
Pero, si además, el docente es cristiano, cuenta con un referente excepcional: Jesucristo, a quien sus más allegados seguidores llamaban `Rabbi´ o `Rabboni´, que significa `maestro´. ¿Qué significa ser `maestro´ en el sentido cristiano? Ser testigo de la verdad y tener una palabra que ilumine la vida de otros. Pero, además, acompañar al discípulo, salir a su encuentro. El Maestro provocaba no solo la transformación de la mente de aquel que se encontraba con él (`metanoia´) sino, sobre todo, la transformación del corazón, de la vida (`metacardia´). Y llevaba a cabo esto, recordemos el pasaje de Emaús, con tareas propias de maestro: salir al encuentro, escuchar, preguntar, hacer un signo y dejar ser al otro.
Este mismo es el milagro, real y profundo, al que está llamado el maestro cristiano: provocar una metacardia saliendo al encuentro del alumno, tomándole sobre sí, escuchándole, preguntándole para que busque la verdad por sí mismo y haciendo signos que promuevan un despertar. De esta manera, el maestro educa para la vida y para la Vida.
Esta es, justo, la `magia y el milagro que encierran la educación. Lo mágico es lo contrario de lo mecánico. Frente a la monotonía mecánica del día a día, la educación supone un acontecimiento cada día, algo mágico. Ocurre algo mágico cuando ocurre lo inesperado, lo inédito, lo no previsto. Y esto es lo que puede ocurrir y ocurre cada día en que el maestro se encuentra, en el aula, en el patio, en el pasillo, en el despacho, con este compañero, con este alumno o con estos padre o madre. Algo mágico ocurre en su vida cuando quien enseña es consciente de sí, de su misión, y de que cada día es único, como lo son cada persona y el encuentro con cada una de ellas.
Xosé Manuel Domínguez Prieto
Ponente del XV Congreso de Escuelas Católicas “#Magister. Educar para dar Vida”