Hace unas semanas participaba en un webinario organizado por la OCDE con motivo de la presentación de su informe Trends Shaping Education 2025. En la introducción se subrayaba el contexto de incertidumbre de nuestros tiempos, y cuáles son o deberían ser las respuestas desde la educación.
Se mencionaba la actitud de ser proactivos adelantándose a los posibles escenarios y fortalecer la resiliencia de las personas ante los riesgos e incertidumbres. Una expresión que contempla el informe, y que estaba con frecuencia en boca de los comentaristas, era el human flourishing como efecto o aportación de la educación. Esta tenía que contribuir al florecimiento, al perfeccionamiento de la persona, en realidad algo nada nuevo pero que vuelve a lo esencial del sentido de la educación: por lo que el hombre llega a ser lo que es, como decían los antiguos, o como decía Kant, lo que humaniza al hombre.
En esas mismas fechas me invitaron a reflexionar sobre la aportación de la enseñanza católica en España y en seguida me vino a la memoria esa presentación del informe: si se insistía en recuperar y reformular de manera atractiva el sentido de la educación con expresiones como well being o human flourishing, la contribución de la escuela católica está en primera línea y es más necesaria que nunca.
Frente a algunos comentarios que se oyen en los medios de comunicación sobre el futuro de la escuela concertada y en particular la de ideario católico, hay que manifestar seguridad y convicción en un modelo de educación más necesario que nunca: aporta recursos para dar respuestas a la incertidumbre reinante.
Es una escuela con ideario, con sentido de misión, abierta a todos pues forma parte de su esencia. Tiene proyectos educativos que responden a los diversos retos que se planteaban en el informe que comentaba y lo que es fundamental: equipos directivos y personas unidas en torno a esos proyectos. Pienso que aquí radica la clave de su aportación y, por lo tanto, la prioridad de todos en su cuidado.
Esos ataques que a veces son amplificados por algunos medios, son consecuencia de la ignorancia y en otras ocasiones, muestran una actitud sectaria que no quiere contemplar o no es capaz de entender su papel. Por ello hay que afirmar positivamente la contribución de la enseñanza de Escuelas Católicas a la calidad de educación y acertar a comunicarlo con datos. Ser conscientes de esa aportación y sin minusvaloración de otras opciones, afirmar lo que se hace.
En la última estadística oficial, 2,7 millones de alumnos estaban matriculados en centros concertados de enseñanzas de régimen general no universitaria en España, y 5,5 millones lo hacían en centros de titularidad pública. Ambas cifras se mantienen estables en los últimos años y reflejan la relevancia que tiene para las familias la escuela concertada.
De esos alumnos, en los centros privados y concertados el 9,4% eran extranjeros y el 13,6% lo hacían en centros públicos, habiendo aumentado en el último año 1,6 puntos porcentuales en los privados frente a 0,6 puntos porcentuales en los públicos. Datos que nos hablan de la constante demanda de las familias por los centros concertados y la apertura de estos a los alumnos inmigrantes.
Si atendemos a los resultados, el último informe PISA en términos generales reflejó en el ámbito nacional una posición de los privados 28 puntos por encima de los públicos.
Con relación a los recursos, la escuela concertada mantiene una notable eficiencia pues en los últimos tres años ha disminuido el porcentaje del gasto público que se dedica a conciertos y subvenciones siendo en la actualidad del 11,8%. Teniendo en cuenta que escolariza a algo más de la mitad del alumnado que va al sistema público, el coste que recibe por alumnos es bastante desproporcionado, como también reflejan otras estadísticas oficiales a pesar de que no desagregan públicos y concertadas. Esas diferencias también se reflejan en el número medio de alumnos por profesor, en la pública es de 10 frente a 12,9 en la privada o concertada.
Más allá de los puros datos, un estudio reciente nos habla de los efectos de la enseñanza privada o concertada a largo plazo. Este trabajo, y la tesis de la que procede, pretendía responder a una pregunta relativamente sencilla. ¿Por qué tantas y tantas familias españolas a lo largo de muchas décadas han preferido la enseñanza privada (o concertada) y no la pública?
La respuesta es que ha tenido sentido elegirla porque quienes han estudiado en centros privados o, especialmente, concertados, han tendido a obtener, por término medio, un mejor rendimiento a largo plazo, sobre todo en términos de estudios, nivel de ocupación y nivel de ingresos, aunque no solo en esos términos. Y no es nada obvio que se deba a que su extracción social sea mejor o más elevada, al menos tal como puede medirse con las preguntas disponibles en las encuestas al uso (nivel de estudios de los padres, nivel de la ocupación del cabeza de familia).
Parecería que la enseñanza privada o concertada sí sirve para mejorar la posición económica, social y/o cultural de los individuos, más allá de su origen social. Pero también se asocia con la “producción” de adultos más implicados en la cooperación con los demás, más altruistas, si se prefiere y, en este sentido, se obtienen fines no estrictamente particularistas.
También en otro informe reciente que pretende clarificar las afirmaciones que se hacen sobre la segregación escolar, concluía que el resultado principal es que la segregación social entre escuelas en España, comparable a la de los países de la OCDE tiene, sin embargo, consecuencias muy pequeñas sobre los resultados escolares (bajo “efectos pares”); tan pequeñas que resulta muy dudoso que puedan reducirse más todavía mediante medidas políticas que, además, tendrían costes muy altos.
Volviendo al comentario inicial sobre el informe de la OCDE, ante las incertidumbres de futuro en nuestro país las familias tienen la suerte de contar con una escuela católica abierta a todos. Una escuela que aporta valores y competencias que necesita la sociedad. Que genera compromiso cívico con modelos de educación integral, que contemplan todas las dimensiones de la persona e implica a toda la comunidad educativa. Es decir, que hace posible el human flourishing.
Miguel Ángel Sancho Gargallo
Presidente de la Fundación Europea Sociedad y Educación