“Todos somos genios, pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar un árbol, crecerá toda su vida pensando que es un inútil”
Albert Einstein
Hace poco leí un artículo de un periódico digital que decía que, en España, desde el inicio de la crisis de finales de 2007 hasta el 2017, el consumo de antidepresivos se había triplicado. Por otro lado, según la OMS, se estima que cada año se suicidan alrededor de 800.000 personas, lo que representa una persona cada 40 segundos, al tiempo que los índices de depresión, ansiedad y estrés no paran de crecer en las sociedades modernas occidentales u occidentalizadas.
Paradójicamente, nunca antes en la historia habíamos disfrutado de tanta riqueza material o de avances tecnológicos,lo que lleva a preguntarnos ¿qué estamos haciendo para qué esto ocurra? y ¿qué es lo que podemos hacer para revertir esta situación?
Creo que el escritor y conferenciante Álex Rovira lo resumió muy bien cuando dijo que vivimos una gran miseria económica porque ha sido creada desde una gran miseria psicológica, o el experto en Economía Consciente, Joan Antoni Melé, cuando dijo que la crisis de 2007 no fue solo una crisis económica, sino que sobretodo fue una crisis de valores humanos. Yo a esto añadiría que, en un nivel más profundo, fue una crisis espiritual, es decir, una crisis de sentido de la vida.
Es ya todo un clásico el libro “El hombre en busca de Sentido” escrito por Viktor Frankl, un psiquiatra austriaco que sobrevivió a varios años en campos de concentración nazi. Frankl, a través de su experiencia y habiendo perdido a su mujer, con la que estaba recién casado, y a sus padres en estos campos, nos regala una reflexión que creo que hoy más que nunca estamos invitados a recuperar. Según este autor, la motivación más profunda que mueve a un ser humano, es la de buscarle un sentido a su vida, y creo que ese es precisamente el sentido último de la educación, es decir, el de acompañar a los alumnos para que encuentren el verdadero propósito de su vida. No obstante, por mi propia experiencia como estudiante, así como la de educador durante más de 10 años interviniendo en proyectos socioeducativos con jóvenes, siento que la educación está todavía muy alejada de este enfoque.
A mí me encanta utilizar la metáfora de una semilla, porque para mí es muy interesante observar como en el interior de esta ya existe toda la información necesaria para que esta florezca, es decir, que la semilla ya tiene en su propia naturaleza todo el potencial para florecer y, es a través de un proceso de crecimiento, donde esta semilla va desarrollando y expresando su potencial. De la misma manera, siento que cada ser humano viene a este mundo con un potencial en forma de Dones, palabra que etimológicamente significa “Regalos”, y que la educación debería ser el proceso para que cada ser humano pudiera ir descubriendo y desarrollando estos regalos que se nos han dado.
Para esto, una de las claves es la educación emocional y, dentro de esta, el autoconocimiento, en el sentido de que la educación tendría que ser un proceso de acompañamiento para que cada persona pueda descubrir sus talentos y conocer cuál es su verdadera semilla, o lo que el experto en educación Sir Ken Robinson define como “El Elemento”, es decir, el lugar donde confluye lo que nos apasiona y lo que se nos da bien.
“No es lo que obtenemos, sino lo que contribuimos, lo que le da significado a nuestra vida” Tony Robbins
Pero no solo se trata de eso. Si seguimos con el símil de la semilla, y supongamos que esta sea de un naranjo, es muy interesante observar cómo el máximo desarrollo del potencial de esa semilla es la de dar frutos, pero esos frutos no son para comérselos el mismo, sino que el naranjo cumple su propósito floreciendo y de esta manera, el desarrollo de su máximo potencial está orientado a servir a los demás seres y creo que, igual que ocurre con la semilla de este naranjo, nuestra misión como seres en esta vida es la de conocer y desarrollar nuestros dones y buscar la manera de ponerla al servicio de los demás.
Ese es precisamente uno de los mensajes que nos regala el escritor Deepak Chopra en su maravilloso libro “Las 7 leyes espirituales del éxito”, y con el que me gustaría concluir este artículo:
Ley del Dharma o propósito en la vida
Todo el mundo tiene un propósito en la vida, un Don único o talento especial para ofrecer a los demás, y cuando combinamos ese talento único con el servicio a los demás, experimentamos el éxtasis y el júbilo de nuestro propio espíritu, que es la meta última de todas las metas.
…De acuerdo con esta ley, cada uno de nosotros tiene un talento único y una manera única de expresarlo. Hay una cosa que cada individuo puede hacer mejor que cualquier otro en todo el mundo -y por cada talento único y por cada expresión única de dicho talento, también existen unas necesidades únicas-. Cuando estas necesidades se unen con la expresión creativa de nuestro talento, se produce la chispa que crea la abundancia. El expresar nuestros talentos para satisfacer necesidades, crea riqueza y abundancia sin límites…
Raúl Ravelo
@raulravelom
www.raulravelo.com