Vivo “en corriente”. Esa corriente que no gusta a la gente, que a mi abuela le ponía nerviosa porque te hacía ponerte mala. Sí, esa que provoca escalofrío y la necesidad de echarte algo para abrigarte y recuperar el confort. No puedo cerrar la puerta que la origina, porque es la puerta de la vida…
Si pienso que hoy, 20 de febrero, celebramos el Día Mundial de la Justicia Social, la verdad es que me quedo fría… Y entiendo la capacidad que tenemos como personas de anular de nuestra cabeza los datos que no nos permitirían vivir, que nos generan angustia, ansiedad… Sí, esa ansiedad que atribuimos a las nuevas generaciones y que incluso llegamos a hacer bromas con ella. La misma que, según los datos de salud mental en España, no es exclusiva de los jóvenes…
Y no es para menos. La realidad actual provoca una corriente que nos genera escalofríos. Son los datos de récords con los que nadie gana… y donde se evidencia que aún queda mucho para alcanzar una sociedad equitativa y respetuosa con los derechos humanos…
Enero del 2024 ha sido el más caluroso de la historia desde que hay registros. Las muertes generadas en el primer mes de la guerra en Gaza superaron las de otros conflictos en ese breve tiempo. De hecho, en la actualidad el mundo concentra la mayor cantidad de conflictos activos desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
La llegada de cayucos a Canarias en el primer mes del año nos prepara a esperar que el 2024 también sea un año de récord en esta realidad, y ya sabemos que la soledad no deseada afecta a uno de cada cuatro jóvenes en España. Podemos sumar el récord en los precios de algunos alimentos, de la vivienda…
Tal vez tenga razón ese Reloj del fin del mundo, que nos sitúa a 90 segundos del Apocalipsis… Aunque cuando una abre la puerta a la vida y deja que lleguen sus vientos, también se perciben otras ráfagas más cálidas.
Desde el rincón del mundo que me toca vivir, puedo también sentir el calor de otras noticias, que no son de récord, pero sí de Vida. Esa vida que quiere hacer de esta sociedad un lugar más seguro y digno para toda persona.
Me llegan los movimientos que algunas instituciones educativas hacen para generar espacios en los que reflexionar o construir algo juntos. Las comunidades parroquiales, educativas o vecinales que invierten dinero y esfuerzos en concretar la conversión ecológica, yendo más allá de arreglos estructurales en los edificios.
Descubro proyectos pastorales y educativos que quieren dar a los niños y jóvenes herramientas para conectar con lo más profundo de ellos mismos, que les acercan a las realidades más vulnerables de su entorno y les muestran que crear red es posible…
Para mí son corrientes más cálidas que nos permiten decir que “reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles” (FT.180).
Descubro que hay personas que deciden y ponen su capacidad al servicio de esos caminos que nos anuncian la esperanza, como el papa Francisco pedía a los jóvenes en su mensaje de noviembre del 2023. Personas que ante tantas corrientes heladoras dicen con su vida que el calor de la fraternidad universal no se apaga, es posible.
Y se me aparece en la imaginación el hombre o la mujer del tiempo, hablándonos de corrientes de aire que llegan a nuestras ciudades. Y pienso por qué no ser nosotros, cada uno desde su lugar, generadores de estas corrientes más cálidas. Sin anular las otras más frías, incluso gélidas. Pero sin dejar que sean las únicas que se den en nuestra realidad…
Ojalá sepamos mantenernos en corriente de vida en todas nuestras comunidades educativas, parroquiales, familiares, creyentes. Ojalá no construyamos muros que nos eviten el frío y a la vez nos alejen de la vida que tantas personas sufren y pelean por cambiar. Ojalá sepamos dar los recursos necesarios a nuestros niños y jóvenes para que vivan dejándose sentir la realidad y comprometiéndose con ella. Porque, como dice Francisco, “el bien, junto con el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de realizarse cada día» (Laudate Deum, 34).
Mantengamos viva la llama de la esperanza o, como decía Galeano, seamos como fueguitos, que “arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”. Un poco de corriente, hace reavivar la llama.
Zoraida Sánchez
Departamento de Pastoral de Escuelas Católicas