Érase una vez un parque verde y frondoso. Quien paseaba por allí sentía una sensación de paz y de tranquilidad inigualables. Era conocido como Parque de la Ventolera. Una niña de unos cinco añitos, muy inteligente y curiosa que frecuentaba a menudo el parque, preguntaba a su padre por qué lo denominaban así si nunca soplaba el viento por aquella zona… Su padre le decía que no tenía importancia, que era así porque era así… Ella, se quedaba callada pero insatisfecha con la respuesta. En otra ocasión que acudió al parque con su maestra, le hizo la misma pregunta. Ella le respondió que los parques tienen sus nombres como las personas tienen los suyos y que de mayor ya lo entendería… Tampoco se quedó satisfecha con tal respuesta… Se resistía a creer que el nombre del parque no tuviera ningún sentido. Un día que estaba jugando en el parque, se dio cuenta de que en un extremo había un pequeño seto que le llamó la atención. Se acercó y vio que, recubierta por una inmensidad de hojas verdes, había una piedra bastante grande. Tuvo una corazonada: aquella piedra le contaría el porqué del nombre del parque. Muy motivada, empezó a apartar la vegetación que allí había crecido. Cuál fue su sorpresa cuando pudo leer en la piedra: «A 6 de agosto de 1962 Doña Valeria Ventisca hace donación de este precioso parque que se va a denominar Parque Ventisca». Corrió hacia su papá y le dijo: “Papá, las cosas no son como parecen, el nombre de este parque no es de la Ventolera, sino de la Ventisca porque la señora que lo donó, así se llamaba”. El papá, acariciándole la carita iluminada de ilusión, le contestó: “Hija mía, es el parque de la Ventolera, no le des más vueltas. ¿Por qué te preguntas estas cosas?”. Ella se prometió a sí misma que nunca en la vida perdería ni la curiosidad propia de su edad infantil ni la ilusión por tratar de responderse los interrogantes que la vida le plantearía. Los adultos parecen no preguntarse las cosas ni cuestionarse aquello que es evidente. Ella no dejaría nunca de ser una persona curiosa.
Dra. Carme Timoneda Gallart