Si algo nos ha enseñado este último año, es que las adversidades no detienen a una comunidad comprometida. Soy director de un colegio pequeño, en una zona que aún está recuperándose tras el golpe de la tormenta que arrasó nuestras aulas e inundó nuestras vidas de barro. Hoy quiero compartir con vosotros cómo estamos viviendo esta experiencia desde dentro y cómo “Escuelas en Pie” nos ha permitido avanzar con esperanza.
El primer paso: organizarse en medio del caos
Tras 36 larguísimas horas después del desastre volvimos a nuestra escuela, aún sin suministro eléctrico, sin agua y con las redes de telefonía caídas. Las calles encharcadas, las montañas de fango y enseres, los vehículos y sobre todo las caras de tristeza de las personas llenaban el poco espacio que el barro dejaba libre. Todo parecía un escenario imposible. Las aulas estaban destrozadas, el patio cubierto de fango, y nosotros nos encontrábamos frente a un panorama que nos superaba. Mientras tratábamos de decidir por dónde empezar, comenzaron a llegar manos amigas.
Reconstruir es mucho más que levantar paredes
Ese primer día fue desconcertante. Caminábamos entre los restos de lo que antes era nuestro colegio y, aunque sabíamos que habría ayuda, no imaginábamos cómo llegaría ni qué podríamos lograr. La comunidad se movilizó rápido: familias, vecinos y hasta antiguos alumnos se presentaron dispuestos a colaborar. Fue emocionante ver cómo lo que parecía un desastre insalvable comenzaba a convertirse en un proyecto compartido. Así es como descubrimos la fuerza de la comunidad y cómo descubrimos que la esperanza también se puede reconstruir, con botas y palas.
Lo que significa la ayuda en el día a día
Aquí es donde “Escuelas en Pie” de Escuelas Católicas se convirtió en nuestra red de apoyo. Desde el primer momento, esta iniciativa nos acompañó con algo más que recursos materiales. Nos ayudaron a reconstruir no solo techos y escritorios, sino también la confianza en que podíamos seguir adelante, ofreciendo orientación y apoyo constante. Nos escucharon, comprendieron nuestras prioridades y, poco a poco, nos ayudaron a dar forma a nuestra recuperación. A veces pensamos en la reconstrucción como algo puramente físico, pero en nuestro caso, está siendo mucho más. Para quienes estamos en la escuela, la ayuda no se mide solo en kilos de cemento o litros de pintura. Se mide en los libros nuevos que llegan justo cuando los necesitamos, en las mochilas llenas de útiles que alivian a las familias, y en el tiempo que los voluntarios dedican a escuchar nuestras necesidades y por encima de todo, las de nuestros alumnos, la centralidad de nuestra vocación.
Pequeñas victorias que nos cambiaron el ánimo
Con cada gesto, sentimos que no estamos solos. Cada semana, llega alguien con un donativo o un plan de acción, y es un recordatorio de que hay muchas personas fuera de nuestra comunidad escolar que creen en nosotros. Esta confianza es la verdadera base de nuestra reconstrucción. Recuerdo especialmente el día que limpiamos una de las aulas que habíamos logrado recuperar. Entre risas y salpicaduras de barro, trabajamos juntos estudiantes, padres y profesores. Un par de semanas después los niños entraron y dijeron: “¡Se ha quedado como nueva!” Fue un momento que quedará grabado en mi memoria, porque allí entendí que lo que estábamos haciendo era mucho más que arreglar un edificio; estábamos devolviendo ilusión. A lo largo de estas semanas, cada paso ha sido motivo de celebración. Lograr que el patio de infantil estuviera limpio fue un momento memorable, especialmente cuando los niños pudieron volver a jugar. Verlos correr y reír nos recordó por qué era tan importante seguir adelante, aunque el camino fuera largo.
Una lección de comunidad y resiliencia
Hemos aprendido a gestionar mejor los recursos y a priorizar lo esencial. Lo que más me ha sorprendido de todo este proceso es la fuerza de nuestra comunidad. “Escuelas en Pie” ha sido un pilar fundamental: aparte de ayuda material, nos han dado un ejemplo de empatía, paciencia y compromiso. Hay días en los que la tarea parece interminable, pero luego llegan esas pequeñas sorpresas que nos devuelven el ánimo: una donación inesperada, un voluntario que se suma al equipo, o simplemente ver a los niños felices en una escuela que, aunque todavía no está completamente reconstruida, ya está llena de vida. Iniciativas como “Presentes para todos”, que nos permitió volver de vacaciones de Navidad ofreciendo un regalo para cada padre, madre, abuelo, y alumno o alumna de ESO del colegio, nos han ayudado a estar cerca de las familias y a hacerles más explícito si cabe nuestro compromiso con ellos y con sus hijos. Esta experiencia vital que hemos vivido nos ha dejado muchas lecciones. Nos enseñó que una escuela no son solo sus paredes, sino las personas que la hacen funcionar. Nos mostró que incluso en los momentos más difíciles, la unión puede transformar cualquier realidad. Y, sobre todo, nos recordó que, cuando todo parece perdido, siempre hay motivos para seguir adelante.
Hoy seguimos trabajando, pero con cada aula recuperada, con cada espacio reconstruido, y con cada sonrisa de los estudiantes, nos sentimos más fuertes. Gracias a “Escuelas en Pie” y a todos los que han creído en nosotros, hemos aprendido que la esperanza no se pierde, se reconstruye y ese “reconstruir una escuela” es mucho más que reparar estructuras: es devolverle a una comunidad su capacidad de soñar.
José Manuel Espiritusanto Latorre
Director del colegio de Escolapios «San José de Calasanz» en Algemesí