La tradición de la escuela católica puede orientarnos en el mundo del siglo XXI. Para entenderlo, debemos tomar en cuenta cuatro desafíos de la sociedad secularizada en la cual vivimos.
Las expectativas del Estado y de las empresas invaden las escuelas. Una enseñanza orientada en la dirección de la “persona” (en el sentido de Mounier) significa el claro rechazo de subordinarla a los imperativos económicos o estatales. El universalismo de la escuela es el universalismo de la ciencia, empírica o hermenéutica, de la religión, del arte y no de la nación o del crecimiento. Es decir, que el primer desafío es la defensa de la autonomía de la escuela. La escuela debe mantener la capacidad de plantear sus propios objetivos, en lugar de una dirección heterónoma que viene del Estado o de las empresas.
El segundo desafío es la introducción de una cierta multiculturalidad en nuestras escuelas. Desde su fundación, los colegios católicos no han rechazado nunca el diálogo con otras tradiciones. Al contrario, la cultura de las “humanidades” fue una construcción intercultural jesuita que mezcló la transmisión de la cultura cristiana con saberes de culturas diversas (como la cultura antigua, el saber filológico, o la ciencia empírica). En un colegio cristiano, la cultura del “Otro” (antiguo, científico, religioso) está siempre celebrada como una ocasión de diálogo. Esto vale en nuestro siglo en relación con la multiculturalidad religiosa, que es una realidad en todas las sociedades del oeste de Europa.
El tercer desafío es la pérdida de educación moral y estética en nuestras sociedades. Todo pasa como si la escuela se retirase del campo de la educación moral, considerando que esta es una cuestión secundaria que debe dar paso a la educación cognitiva. Sin embargo, en nuestra tradición no hay educación sin enseñanza moral. La complejidad de moralidad en nuestras sociedades no significa que no haya valores generalizados. Más que nunca se necesita una educación para el juicio moral. Este razonamiento vale también para la educación estética, que fue un elemento importante de la educación en los colegios católicos de la primera modernidad. Este rechazo claro del relativismo moral y estético se vincula con el rechazo del relativismo de la “post-verdad” que prevalece en nuestros tiempos.
El cuarto desafío es la iniciación a la religión en nuestras sociedades secularizadas del oeste de Europa. En esta situación, ya no se puede considerar que la mayoría de los alumnos tengan contacto con la cuestión religiosa, mucho menos con una práctica religiosa. Lo que amenaza a los jóvenes europeos es el “etnocentrismo de lo secular”. Para sobrepasar esta situación se deben tomar en cuenta dos prejuicios importantes en relación con la religión: el primero, la idea de que la religión es una forma de violencia, o de dominación; en segundo lugar, la idea de que la religión es una cuestión “privada”, totalmente íntima, y no discutible en público. La iniciación a la cultura religiosa, y sobre todo a la cultura cristiana, es más que nunca la vocación de la escuela de inspiración cristiana, abierta a todos sin restricción.
Jean de Munck
Ponente del XV Congreso de EC “#Magister. Educar para dar vida”