La rutina diaria a menudo nos sorprende con noticias inesperadas y de interés.  Así, la que tendremos este mes de enero, merece nuestra atención porque nos invita a una grata celebración. Fue en 2018 cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró la fecha del 24 de enero como “Día Internacional de la Educación”, destacando con ello la relevancia de ese pilar fundamental -la educación-, que tiene el poder de promover la paz fomentando el desarrollo sostenible global.

A nosotros, como profesionales de la educación, nos honra y enorgullece celebrarlo y mostrar abiertamente nuestro compromiso y disposición con la tarea de hacer cada día más posible el logro de una “Educación Inclusiva y Equitativa para todos”.

Hacemos nuestro el objetivo de una educación de calidad en la que todo niño, toda niña, todo joven, tenga un lugar en la escuela donde nadie sobre, donde nadie sienta que está de más, donde cada uno reciba una acción educativa que le ayude a SER con su propio potencial. 

Pero hoy, pese a esos reconocimientos y buenos deseos, y a la proximidad de la celebración del “Día Internacional de la Educación 2025”, siete años después de su proclamación, la realidad es terca. En palabras de la UNESCO: “244 millones de niños y jóvenes están sin escolarizar, 617 millones de niños y adolescentes no pueden leer ni tienen los conocimientos básicos de Matemáticas; menos del 40 por ciento de las niñas del África Subsahariana solo completan los estudios de Secundaria de ciclo inferior y unos 4 millones de niños y jóvenes refugiados no pueden asistir a la escuela”. 

Es verdad que las declaraciones de buenas intenciones de nuestros organismos rara vez alcanzan los objetivos propuestos más allá de lo meramente testimonial, pero con todo, su valor simbólico radica en señalar un propósito que tiene fuerza provocadora, por necesario y deseado.

Y eso es precisamente lo que pretendió la Declaración Incheon del Foro Mundial sobre la Educación en 2015, al plantear como objetivo para el 2030 hacer realidad “una educación inclusiva, equitativa y de calidad y un aprendizaje a lo largo de la vida, para todos”. ¿Será posible?

Eso quiere decir que para 2030 se habrá garantizado a todas las personas, especialmente a quienes hoy carecen de acceso, un modelo educativo que responda a las necesidades de cada niño, niña, joven y adulto, independientemente de sus particularidades. Este compromiso pone un énfasis especial en quienes se encuentran en riesgo de exclusión social.

La educación inclusiva se centra en comprender y cubrir las necesidades de todos los individuos por igual, desde la equidad, sin importar cuáles sean sus características diferenciadoras, porque sus necesidades también son diferentes. No es una educación igual para todos; es una educación con las mismas oportunidades para todos, también para el alumnado con discapacidad.

Por eso, el 24 de enero de este año celebraremos el “Día Internacional de la Educación” reclamando una educación de “oportunidades educativas especiales” para niños con “necesidades educativas, también especiales”. Solo así podremos hablar de inclusión, de equidad y de oportunidad real de crecimiento para cuantos estén hoy en la escuela, sintiéndose marginados.

La inclusión se basa en reconocer y atender, de manera equitativa, las necesidades únicas de cada individuo. Cada niño tiene derecho a contar con los medios, ayudas y procedimientos que le ofrezcan la oportunidad de alcanzar su propio y máximo desarrollo personal, por pequeño que pueda parecer.

Es importante no olvidar que la educación inclusiva se ha de diversificar en cada alumno y más aún, cuando este, por su vulnerabilidad, congénita y/o adquirida, no haya seguido el proceso fundamental de crecimiento que debiera haber alcanzado en los primeros años. Habilidades físicas, desarrollo emocional, aprendizaje cognitivo y del lenguaje son conquistas de infinito valor cuya carencia debe cubrir la intervención profesional lo más pronto posible. 

Urge pulir adecuadamente el concepto de educación inclusiva. Urge sentar las bases para que sea real. Para hacer viable la opción y el formato educativo que cada alumno necesite. Y para dotarlo de cuanto, siéndole imprescindible, garantice su desarrollo y lo prepare adecuadamente para su “inclusión real” en la sociedad. Autónomo, útil, satisfecho, aceptado en su vida.

Este 2025 celebraremos con esperanza el Día Internacional de la Educación, como un paso más hacia una educación inclusiva de los alumnos más vulnerables. 

Sonia Ramos hfi
Equipo de Educación Especial de EC