La presumible línea plana existencial y social que vivíamos se ha ido al traste con la irrupción virulenta del COVID-19, que, en cierta medida, nos ha noqueado. La seguridad a la que nos habíamos habituado cede paso a la incertidumbre, en la que nos tenemos que reinventar continuamente, aunque esto último no es nuevo.

Desde hace años se habla de tiempos de incertidumbre. De por sí, es buena y aconsejable, pues posibilita la libertad y permite la creatividad y, por consiguiente, la evolución. Sin embargo, la inseguridad con la que nos ha sorprendido el COVID-19 presenta una característica nueva: más que nunca airea la vulnerabilidad de lo que somos, y nos hace vivir con miedo[1].

Agustín de Hipona, refiriéndose a los confusos tiempos que le tocaba vivir a aquel Imperio Romano que llamaba a su fin, subraya que las bondades o perversidades que acontecen en la historia no dependen tanto de las circunstancias, aunque estas puedan influir, sino de quienes las enfrentamos y con qué actitudes les plantamos cara. Nos cueste verlo o no, toda época y todo acontecimiento, por más adversos que resulten, esconden una cara positiva, ya que exigen resituarse, repensar y proyectar nuevos modelos de existencia, relaciones interpersonales, objetivos de realización, métodos de trabajo, posicionamientos ideológicos…

Con todo ello, pensemos: ¿Vuelta a la normalidad en nuestra escuela? Estimo que esta acuciante pregunta hemos de planteárnosla como personas, como cristianos y como docentes agustinianos: ¿Ansiamos volver a la normalidad, o la experiencia nos ha hecho sentir que necesitamos dar un giro a la misión educativa y evolucionar, como nos pide la incertidumbre, hacia otras propuestas que formen personas que transformen sociedades?

Durante todos estos meses nos hemos percatado del ingente capital humano [2]. con el que contamos en cada uno de nuestros centros educativos: capital humano del que enseña y capital humano del que aprende. Las muchas inseguridades y dificultades con las que hemos planteado el pasado curso han permitido que nos percatemos de que somos mejores de lo que habitualmente creemos y de que aportamos más de lo que en principio pensamos. Mas ¿hemos aprendido a aprender? Hemos sabido resolver bien y con presteza los retos que se nos presentaban, pero ¿hemos querido aprender para abrir nuevos caminos o, por el contrario, ansiamos retornar a la normalidad?

Gozamos de los tiempos propicios para plasmar otra vez propuestas de comunidades educativas que potencien en las nuevas circunstancias las dos dimensiones de la antropología agustiniana -como son la inquieta búsqueda de la verdad y el desarrollo de amar y ser amados-. La 28ª edición del Aula Agustiniana de Educación, celebrada los días 12 y 13 de febrero en Madrid, ha pretendido contribuir a la forja de estas comunidades educativas generativas, que hoy asuman y desarrollen el modelo pedagógico proactivo agustiniano, a fin de formar personas maduras cuya fantasía [3] ayude a la transformación de la humanidad que integramos y de la realidad de la que formamos parte.

Con todo, el alumno solo sentirá el aliciente de tomar las riendas de su educación en sus manos si realmente logramos que sea -y que se sienta- la estrella de su proceso de aprendizaje. Para ello, resulta de vital importancia la creación de un clima adecuado para sacar a quien aprende de su escondrijo y motivarlo, librándolo del cansancio y del aburrimiento [4] . He aquí la razón por la que, a lo largo de estos veintiocho años, los responsables de las diversas Aulas Agustinianas de Educación han congregado anualmente a centenares de docentes, más de 50 centros educativos de la familia agustiniana, para reflexionar sobre esta realidad [5], dedicándole varios foros.

Organizado por la Federación Agustiniana Española, el encuentro de 2022 -preparado desde hace dos años y pospuesto en varias ocasiones- ha girado en torno al tema ‘Educar en positivo’. En la primera ponencia, el agustino Carlos José Sánchez puso de relieve la actualidad de la enseñanza de san Agustín sobre todo lo desarrollado en este artículo: conversión, amor, curiosidad, motivación por el bien, educar la mirada pensando en las personas, maneras diversas de efectuar la corrección, sabia aplicación de los castigos… En resumen, crear un ambiente propicio para el aprendizaje sobre la educación en valores como base.

En torno a la perspectiva de convertir nuestra acción pedagógica para hacer de la escuela un ámbito agradable a la hora de aprender y de enseñar giraron las ponencias de Miriam Subirana y José Antonio Fernández Bravo. De los dos ponentes deducimos que confiar en el otro y edificar la enseñanza desde lo positivo que hay en él facilita una propuesta educativa que refuerza la autoestima positiva de las personas, incrementa la empatía y la comprensión, disuelve los conflictos y crea cohesión, vivifica las relaciones interpersonales y sostiene la comunión. En definitiva, construimos una escuela que genera esperanza.

Redunda en esta perspectiva la reflexión que realizó Javier Gutiérrez, profesor del Colegio San Agustín de Calahorra, sobre el teatro como herramienta educativa. Nadie duda de que el teatro es un buen resorte para hacer del aula ese laboratorio en el que practicar la creatividad, la responsabilidad, la intuición, la imaginación, la expresión de las emociones y, sobre todo, la pasión.

El Aula Agustiniana de Educación 2022 ha regalado a los docentes agustinianos un recetario con el que podremos preparar nuestro mejor plato: hacer de los niños y adolescentes auténticos ciudadanos… de la ciudad de Dios. Así, pues, contamos con teorías, herramientas y métodos pedagógicos para desempeñar nuestro arte de manera agradable, cambiando de perspectiva y confiando en los otros -y en nosotros mismos-. Ahora bien, ¿gozamos de pasión para acometer nuestra propia conversión educativa?

Enrique Gómez García OAR
Doctor en Teología Dogmática. Profesor universitario
Coordinador del Aula Agustiniana de Educación

Reflexión basada en el artículo “Piensa bien… el poder de creer en las personas” del libro Educar en Positivo, FAE, Madrid 2021.


[1] Cf. CORTÉS SORIANO, J., La escuela católica. De la autocomprensión a la significatividad, PPC, Madrid 2015, 29ss. Sin vivir la pandemia, Z. Bauman nos había regalado su reflexión Miedo líquido: la sociedad contemporánea y sus temores, Paidós, Barcelona 2007

[2] Si bien se trata de un concepto acuñado, en un principio, en el ámbito de la economía y de la empresa, no nos debe pasar desapercibida su aplicación al ámbito escolar y pedagógica (cf. COLOM, R., “Educación y capital humano”: Psicothema 21 (2009) 446-452).

[3] “Fantasía es una forma de libertad. Ella nace de la confrontación de la libertad y el orden vigente; surge del inconformismo frente a una situación dada y establecida; es capacidad de ver al hombre mayor y más rico que en su contexto cultural y concreto; y tiene el coraje de pensar y decir cosas nuevas y andar por caminos aún no hollados pero llenos de sentido humano” (BOFF, L., Jesucristo el liberador, Latinoamérica, Buenos Aires 1974, 103-104).

[4] Cf. La catequesis a principiantes 13, 18, 1; 13, 19,5-6.11.1

[5] Cf. AA.VV., El clima escolar agustiniano, FAE, Madrid 2002; AA.VV., La escuela agustiniana, proyecto de convivencia, FAE, Madrid 2007; AA.VV., Ama y haz lo que quieras: por una escuela empática y emocional, FAE, Madrid 2016.