Se aproxima la vuelta a la llamada nueva normalidad. Y todo son dudas sin resolver y preguntas sin contestar. Salimos de casa ¿y dónde podemos ir?, ¿y cómo?, ¿y con quién? Y… Nos agobia la sensación de que no sabemos hacia qué lugar se encaminan nuestros pasos ni nuestro mundo, ni cómo podemos dirigirnos en esta especie de caos colectivo en el que nos hallamos.
Nunca hemos conocido un tiempo donde la ignorancia esté tan presente. No me refiero a la ignorancia insultante que achacamos con frecuencia al otro que piensa distinto que yo y al que hundimos a garrotazos, como en el cuadro de Goya. La ignorancia compartida es el nuevo suelo que pisamos. La pandemia y sus misterios biológicos han devuelto a la humanidad a su origen: tan solo somos barro, tierra, fragilidad e inacabamiento personal y colectivo.
Estamos por hacer, y nos miramos en el espejo de Sócrates que nos recuerda: “Yo sólo sé una cosa, y es que no sé nada”. Es la posición del sabio consciente de su ignorancia. Para saber más y mejor, Sócrates pregunta a la gente por la calle, interroga y abre conversaciones jugosas: con todo ello va edificando casi sin querer ese “conócete a ti mismo”, máxima exhortación socrática, que surge cuando nos abrimos con honestidad a lo que somos, a lo que desconocemos y a lo que está por venir.
Vivimos un momento planetario de oscuridad. Como si se hubiese apagado la luz. Nuestra tentación es desconectarnos, pero nos haríamos un gran favor si permanecemos anclados a la esperanza que confía, aunque no sepamos fijar los contornos de lo que nos aguarda. Sabemos que nuestra vida cotidiana va a transformarse de una manera formidable. Tendremos que hacernos a nuevos hábitos. Aunque digamos que queremos salir cuanto antes para volver a la normalidad, en realidad lo que sí sabemos es que eso que llamamos normalidad y que tiene que ver con nuestros hábitos del pasado, eso no va a volver. No sería saludable autoengañarnos.
Salimos para entrar en un tiempo nuevo, del que desconocemos casi todo. No sé, no sabemos, es la expresión coloquial en la que nos movemos; es nuestra respuesta y la respuesta que recibimos a tantos interrogantes cargados de sentido. El pasado va dejando de ser el combustible de nuestro proceder en el futuro que viene. La incertidumbre es el suelo que pisamos y en el que resbalamos una y otra vez. Llega el momento de sostener ese no saber, ese miedo a lo que va a pasar y esa tentación de culpabilizar a otros de lo que nos pasa, porque eso que nos pasa afecta no a un país sino a la autocompresión de la especie humana en este momento de la historia.
El escritor y ex presidente checo Vàclav Havel inmortalizó el sentir profundo que supuso la caída del muro de Berlín en 1989. “Es como si algo estuviera desmoronándose, descomponiéndose y agotándose, mientras que algo distinto, todavía vago, estuviera emergiendo de los escombros”. Ahora cayó mucho más que un muro. Estamos en tránsito y cuando salgamos traspasaremos el umbral que va de los escombros a aquello que emerge y nos saluda. Entre los escombros avistamos grietas que podemos explorar. Atender y cultivar esas grietas nos ayudará a hacer verdad aquello que cantaba Leonard Cohen: “Hay una grieta en todo. Así es como entra la luz”.
Instalados en el no saber hemos de hacer un elogio a la ignorancia que nos hace gente más sabia. También el mundo educativo debe sumergirse a fondo en esta situación para salir más reforzada. Al “atrévete a saber” de Kant habría que añadir “atrévete a no saber y que no pase nada”. La educación debe atender a lo que sucede y a lo visible y también al misterio y a lo invisible.
Nos asomamos a la calle y carecemos de brújulas y hojas de ruta. Recomponemos a tientas diversos puzles personales y colectivos sin tapas de referencia. Los patrones del pasado ya no nos sirven, y el futuro es incierto. Y, sin embargo, sigue siendo, hoy más que nunca, un tiempo propicio, un tiempo fecundo para observar, prestar atención, aproximarnos unos a otros para que pueda venir lo nuevo que ya está emergiendo.
Es tiempo de abrirnos a la promesa. Recordamos las palabras del profeta Isaías: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?”.
Pisamos la aridez del no saber y el desierto de la incertidumbre en la confianza de que nuevos caminos se nos están abriendo, aunque tengamos que saber esperar y sostener las riendas de la impaciencia con sana tensión.
Luis Aranguren Gonzalo
Gracias Luis por tus acertadas palabras en esta época “nueva” para nosotros. Puedo añadir, si me lo permites, algo que todos sabemos pero que tenemos que recordar cuando llega: que las crisis son necesarias en la vida y en la Historia de la Humanidad para cambiar.
Que cuando una puerta se cierra, se abre una ventana.
Que todos comentábamos que era necesario un cambio, pero no lo veíamos claro; pues aquí está.
Que esta situación es un reto para algo nuevo a todos los niveles: personal, social, educativo, económico, político…
Pero que todavía estamos en la crisis y ello supone ruptura y dolor.
Has hablado de la sabiduría y has citado a grandes personajes en tu reflexión, muy acertadamente.
Estos días releía a Job, rico y con una vida acomodada. La prueba le hace decaer y cuestionarse muchas cosas; los que le rodean no le ayudan demasiado a mantenerse fiel, pero al final vence, porque se da cuenta que conocía a Dios “sólo de oídas”, pero la experiencia difícil le ha ayudado a verlo “con los propios ojos”. Y eso le sirve para restablecerse y vivir mucho más tiempo, e incluso, mejor que al principio (Job 42).
Gracias por invitarnos a la esperanza.