“Evitar los conflictos es tarea de la política; construir la paz es tarea de la educación”
(María Montessori)
En estos días vivimos con preocupación la creciente escalada en el conflicto entre Rusia y Ucrania que amenaza la paz y la estabilidad en suelo europeo. Nuestro mundo está atravesado por numerosos conflictos que han provocado un enorme sufrimiento, como el drama de tantas personas que malviven en campos de refugiados sin esperanza, ante la indiferencia de sociedades que levantan muros ante el dolor de los otros, en la ilusión de pretender salvarse solas, dejando fuera, en la periferia, a millones de seres humanos que son descartados. “Nadie se salva solo”, nos ha recordado el papa Francisco en la Encíclica Fratelli Tutti.
En medio de este difícil panorama, se nos plantea el enorme desafío de educar para la paz. En sus conferencias sobre la paz de los años treinta, María Montessori afirmaba “Hablar de una educación en la paz en una época crítica como la nuestra, en la que la sociedad está constantemente amenazada por la guerra, podría parecer el fruto de un idealismo ingenuo. Pero yo creo que preparar la paz a través de la educación es el trabajo más eficazmente constructivo contra la guerra”. Son palabras que siguen siendo válidas en la actualidad. Trabajar por la paz es educar a las nuevas generaciones para que crezcan sin aceptar en su vida la normalidad de la violencia o en palabras de Hannah Arendt, la “banalidad del mal”.
Esta es la experiencia de la Comunidad de Sant’Egidio desde sus inicios en el trabajo con los niños y niñas de todo el mundo en nuestras Escuelas de La Paz. Cada año, más de 70.000 niños y adolescentes van regularmente a las Escuelas de la Paz en Europa, América Latina, Asia y África. Muchos de ellos son fácilmente tildados de niños “en situación de riesgo” y viven en contextos de enorme violencia.
Pero la educación en la paz no solo es necesaria en los países afectados por la guerra, donde los pequeños combaten (tal es la triste realidad de muchos niños soldados), sino también en situaciones de conflicto latente o de violencia urbana que tan frecuentes son en nuestras sociedades. Muchos países sufren violencia difusa provocada por maras, mafias o bandas. Hay otra violencia más cotidiana, que puede quedar oculta tras las paredes de una casa y en las calles de nuestros barrios.
Hay que salvar a los niños y a los jóvenes de este destino. En las escuelas se debe aprender (y experimentar) que el fuerte es aquel que sabe abstenerse de utilizar la violencia. También el fuerte es el que comprende al otro, el que escucha sus razones, y sabe hacer un camino de fraternidad junto a él. En las escuelas debemos aprender a no tener prejuicios, a no dividir a las personas en categorías, a ver al otro como a un ser humano. Crecer aprendiendo a ver al otro como un hermano y una hermana y nunca como una amenaza.
En las escuelas debemos enseñar el enorme valor de pararnos ante el dolor de los demás y de salir en su auxilio cuando lo necesitan. En este sentido, las escuelas deben ser un verdadero laboratorio de humanidad donde experimentar la belleza de la “cultura del encuentro” y donde los distintos aprenden a construir un futuro común.
Para ello es fundamental conocer a los demás. Amin Malalouf decía: “Si realmente queremos mantener la paz social en nuestros países, en nuestras ciudades, en nuestros barrios y en el conjunto del planeta, si queremos que la diversidad humana se traduzca en un a convivencia armoniosa y no en tensiones que provoquen violencia, no podemos permitirnos conocer a los demás de manera aproximada, superficial o descuidada”.
Educar a los niños y niñas a vivir la paz con todos y a promoverla es uno de los grandes y urgentes desafíos del Pacto Educativo Global. En efecto, no es suficiente evitar que las contraposiciones estallen o que, en ciertas situaciones, queden latentes. Hay que construir la paz cada día, superando las barreras, problemas de comunicación, prejuicios, racismos y sobre todo renunciando al uso de la violencia. Enseñar a encontrarse, a dialogar, a vivir con los demás es realmente el camino para construir la paz. Y un gran reto para todas nuestras escuelas.
Carlos Trujillo Trujillo
Comunidad de Sant’Egidio