En el vasto paisaje de la educación a menudo nos encontramos inmersos en teorías, metodologías y estadísticas. Sin embargo, detrás de cada logro educativo, detrás de cada avance, hay una historia humana. Una historia que merece ser contada. Una historia que merece ser nombrada.
Y eso es algo que continuamente me recuerdo cuando tengo que escribir o comunicar cuestiones relacionadas con la educación o con los colegios. Cuando hablamos de educación, es crucial tener presente que no estamos tratando simplemente con conceptos abstractos, sino con personas concretas. Personas que dedican su tiempo, su energía y su pasión a nutrir mentes y corazones. Es en estas personas, en estos educadores, donde encontramos la verdadera esencia de la educación.
Escuchando el último podcast de Escuelas Católicas “Maestros en la Educación”, con la religiosa del Sagrado Corazón, Mariola López, en el que se charló sobre el próximo Congreso de EC, que se celebrará en noviembre, con el título “Ser, estar, educar… con nombre propio”, me llamó la atención un concepto que ella transmitió y que me hizo reflexionar: “educar corazón a corazón”.
Pero, ¿qué significa educar desde el contacto de corazón a corazón? Para mí significa reconocer la humanidad tanto del educador como del educando. Significa entender que la educación va más allá de la mera transmisión de conocimientos, implica un intercambio profundo de experiencias, emociones y valores, y así lo he vivido en mi relación personal con algunos de los profesores que he tenido a lo largo de los años. Es en este intercambio donde se gesta el verdadero aprendizaje, donde se forjan vínculos que perduran en el tiempo.
En el podcast se habló también del «ser con nombre propio», es decir, de reconocer la singularidad de cada individuo en el proceso educativo, porque cada estudiante tiene su propia historia, sus propias fortalezas y debilidades, sus propios sueños y aspiraciones. Por eso la responsabilidad del educador en mi opinión es enorme, va más allá de conocer estos aspectos, debería también honrarlos y celebrarlos. Es en este reconocimiento de la individualidad donde radica el verdadero respeto por el otro.
Mariola López, sin conocerla, solo escuchando su voz, me ha transmitido lo que significa “ser con nombre propio” y también «estar con nombre propio». Como ella misma dice implica estar presente de manera auténtica y significativa en la vida de los estudiantes. No se trata solo de ocupar un espacio físico en el aula, sino de estar disponible emocionalmente, de escuchar activamente, de ofrecer apoyo incondicional. Es en esta presencia donde se construyen relaciones de confianza y se fomenta un ambiente de aprendizaje seguro y acogedor, y donde se puede también saciar esa “sed de espiritualidad” que están reclamando nuestros jóvenes.
Todos tenemos profesores como Mariola que han dejado una huella positiva en nuestra vidas, que nos han “educado con nombre propio”, entendiendo que cada palabra, cada gesto, cada interacción dejaba una impresión duradera en nuestro corazón y en nuestra mente. Pero, la tarea no es fácil, la misma Mariola reconoce que hoy la educación es compleja, que necesitamos de encuentros reales de presencia, de atención y, sobre todo, de “educadores contentos” que son, en última instancia, los que hacen posible todo el proceso.
Y no quiero acabar sin una última reflexión. Un subtítulo que podríamos añadir al lema del Congreso de EC: “Comunicar… con nombre propio”. Si entendemos que educar va más allá de impartir conocimientos, que implica tocar vidas, transformar realidades… inevitablemente necesitamos de una comunicación auténtica entre maestro y alumno, porque cuando un docente “comunica con nombre propio”, inspira y deja una huella imborrable en el corazón de sus estudiantes. Es un acto emotivo que trasciende las palabras y construye un lazo especial que perdura a lo largo del tiempo porque, como dice Mariola López: “la comunicación crea comunión”.
Y termino como empecé. No olvidemos que detrás de cada logro educativo, detrás de cada avance, hay una historia humana. Una historia que merece ser contada. Una historia que merece ser nombrada.
Eva Díaz