“…dime cómo ser pan. Cómo ser alimento, que sacia por dentro, que trae la paz… Dime cómo ser pan… como ser para otros en todo momento, alimento y maná”.
Con esta canción de Salomé Arricibita me dispongo a escribir en actitud orante acerca de la pobreza. Y confieso que tengo que hacerlo desde la oración porque escribir o expresar acerca de algo que no he experimentado por imposición y que otros, hermanos míos, sufren diariamente es casi un atrevimiento.
Sé, de cabeza y corazón que los cristianos debemos ayudarnos y recordar, día tras día, nuestro compromiso por la justicia y la erradicación de la pobreza. Hace siglos que lo hacemos como humanidad y por eso ponemos fechas para recordar que debemos recordar a los invisibles; días y jornadas para que nuestro corazón no se acostumbre y dé por hecho determinadas situaciones que vienen siendo habituales. Este 17 de octubre celebraremos el Día Internacional para la erradicación de la pobreza, el 19 de noviembre la Jornada Mundial de los pobres, y… por si no nos queda del todo claro y nos despistamos, el 25 de diciembre celebraremos, un año más, que nuestro Dios, se encarna pequeño pero también pobre. Nuestro Dios, al que seguimos y adoramos, pobre.
Nos podemos mover por los datos:
- Cuando hablamos de pobreza nos estamos refiriendo a 1.100 millones (poco más del 18% de una población de 6.100 millones de personas) que viven en situación de pobreza multidimensional aguda en 110 países. De estos, 35,3 millones son refugiados.
- El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó este 14 de julio un nuevo informe en el que señaló que, entre 2020 y 2023, 165 millones más de personas han caído debajo del umbral de pobreza, sin tener en cuenta los últimos conflictos surgidos en estas últimas semanas.
Pero los datos a veces nos sobrepasan. “Querer erradicar algo global o mundial es muy complicado, son cifras demasiado grandes y nos podemos sentir demasiado insignificantes para hacer algo”, nos decimos. Corro el riesgo de decir que este nivel está dirigido para los políticos o dirigentes internacionales y no para los ciudadanos de a pie. Pero algo me llama a continuar concretando los datos en España y en la comunidad autónoma donde vivo y a seguir preguntándome cómo ser pan:
- La tasa AROPE (At risk of poverty and/or exclusion), indicador que recoge la proporción de población que se encuentra o bien en situación de riesgo de pobreza, o bien en situación de privación material severa, o bien que vive en hogares con intensidad de trabajo muy baja, nos dicen que solo en España 12,3 millones de personas viven en situación AROPE.
- En la Comunidad Autónoma de Madrid, que no es la peor comunidad autónoma de España, hay 1,45 millones de personas, el 21,6% de la población que viven en riesgo de pobreza y/o exclusión social.
Pero más que leer y escuchar datos, se nos llama a ir más allá a pasar de un número abstracto a sentir y pasar a otro nivel. Detrás de cada porcentaje, de cada número, hay nombres, apellidos, personas que les falta una mínima alimentación, vivienda, asistencia sanitaria, educación… y lo peor de todo, que dejan de soñar y pensar porque creen que ya no hay solución, que ellos no pueden aspirar ni ser nada más.
Este año Francisco ha dirigido unas palabras para la séptima Jornada Mundial de los pobres:
Vivimos un momento histórico que no favorece la atención hacia los más pobres. La llamada al bienestar sube cada vez más de volumen, mientras las voces del que vive en la pobreza se silencian. Se tiende a descuidar todo aquello que no forma parte de los modelos de vida destinados sobre todo a las generaciones más jóvenes, que son las más frágiles frente al cambio cultural en curso. Lo que es desagradable y provoca sufrimiento se pone entre paréntesis, mientras que las cualidades físicas se exaltan, como si fueran la principal meta a alcanzar. La realidad virtual se apodera de la vida real y los dos mundos se confunden cada vez más fácilmente. Los pobres se vuelven imágenes que pueden conmover por algunos instantes, pero cuando se encuentran en carne y hueso por la calle, entonces intervienen el fastidio y la marginación. La prisa, cotidiana compañera de la vida, impide detenerse, socorrer y hacerse cargo de los demás. La parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,25-37) no es un relato del pasado, interpela el presente de cada uno de nosotros. Delegar en otros es fácil; ofrecer dinero para que otros hagan caridad es un gesto generoso; la vocación de todo cristiano es implicarse en primera persona. [1]
…Bienestar, modelo de vida, lo desagradable puesto entre paréntesis, realidad virtual, personas convertidas en imágenes, prisa que no me permite pararme… Ser pan es, sin duda, pararme, mirar e implicarme en primera persona.
Después de estas palabras poco más puedo escribir; agachar la cabeza y pedir al buen Jesús que perdone mis incoherencias, que me active para implicarme en primera persona y quitar del paréntesis aquellas situaciones que golpean mi día a día. No puedo estar en todo, llegar a todos, conocer a todos… pero… hay miradas y gritos, cercanos, que me acercan al Jesús pobre, el de la cruz, el que necesita que seamos alimento y maná desde las aulas, o quizás mejor levadura en la masa para las familias que necesitan cobijo en nuestros centros.
Hoy te presentas sin pasaporte, en el dolor de los que huyen de lo destruido y reconstruyes el futuro de los que navegan a la deriva.
Hoy coges la mano de los que están postrados a causa del olvido y no te olvidas de los que no tienen cama, o de quienes la comparten por unas horas con desconocidos.
Hoy Jesús nos hablas acompañando al que está solo y eres Palabra para los que están en silencio; intentas llenar casas vacías y convertir en hogar los que se sienten llenos.
Continuas invitándonos a poner mesas, a apagar luces, cerrar grifos, vivir con lo suficiente, no desperdiciar alimento… porque aunque nos sintamos poderosos y los recursos naturales aún nos alcancen, nos animas a poner freno, ponernos límites y a educar para el límite.
Tu imagen naciendo en el establo nos recuerda que no debemos tener todo cuanto deseemos, ni tampoco desear tanto lo que no tenemos. Los hay que pueden poco o no tienen nada, y aun podrían tener menos.
Una humanidad que se hace pan no tira nada, no sobra nadie. Todos somos igual de dignos y hermanos del mismo Padre.
Dinos cómo ser pan en nuestros colegios católicos para que cada persona sienta y actúe siempre de forma tierna, esponjosa y así, determinadas estructuras crujan y puedan alcanzar las oportunidades y la igualdad para todos.
Ayudémonos, no solo en estas jornadas y fechas a ser pan,
ayudémonos cada día a “no apartar el rostro del pobre”,
ayudémonos a mantener nuestra mirada siempre fija en la faz humana y divina de nuestro Señor Jesucristo.
Que podamos escuchar juntos tu voz diciéndonos cómo ser pan. Amén
Dolors García
Directora del Departamento de Pastoral de EC
[1] Papa Francisco. Jornada Mundial de los Pobres 2023