Os voy a contar un secreto, mi madre no me ha dado permiso para ello… Pero… Os cuento que mi ama, mujer sencilla y muy sensata, lleva tiempo contándonos que quiere lanzar un cohete. Se ha acentuado este verano. Con billete solo de ida… Sí, seguro que provoca sonrisas, lo mejor es con quiénes lo llena.
Mete personajes conocidos que no voy a nombrar, que invaden países, que amenazan con terceras guerras mundiales, que se parapetan echando culpas y responsabilidades a otros, que lanzan discursos de odio y aún así son reelegidos para puestos importantes… en su sensata sencillez quiere enviar al espacio a quien no respeta la vida, la libertad de la persona, o la dignidad humana.
¡Mi ama no es la única en querer distancias! Algunos envían barcos a otros países con personas inmigrantes, otros calculan dónde puede caer un misil, tal vez para crear escudos protectores… Hay algunos que acuerdan el “alto el fuego” en una zona para seguir atacando la otra, o poder conocer cómo se tomaron algunas decisiones parece un misterio sin solución… Ponemos barreras, muros, distancias… Más cerca, las familias ponemos vetos a nuestros hijos: “ya sabes con quién no me gusta que juegues”, o algunos coles gratuitamente hacen publicidad negativa de los vecinos… Y es que está en juego algo importante para nosotros.
Algunas cosas me son fáciles de comprender. El miedo, cuando sentimos amenazado algo que queremos y nos afecta, nos cierra y hace que nos defendamos. Algo que seguro está ligado al instinto de supervivencia, de protección. El miedo genera candados, cerraduras de seguridad, autorreferencialidad para defender lo propio y justificarnos en ello y, al final, aislarnos…
Y entre cohetes, barcos, escudos, y tantas puertas y muros que ponemos para defendernos de la vulnerabilidad y la incertidumbre que vivimos, el papa Francisco abrirá una puerta el 24 de diciembre. Perdón, no es una puerta, es la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro y con ello da inicio al Año Jubilar.
¡Qué locura! O qué salvación… “Toca” año jubilar, es cada 25, pero tal vez es lo que necesitamos en este momento de cierre de puertas. “El amor de Cristo está fuera de ese engranaje perverso y solo él puede liberarnos de esa fiebre donde ya no hay lugar para un amor gratuito. Él es capaz de darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente” (DN 218).
Qué duras palabras… ¿Es verdad que la capacidad de amar ha muerto definitivamente en nuestra historia? Qué gran regalo tener un Dios que reinventa el amor…
Un año jubileo habla de poner el contador a cero y vivir el júbilo de la reconciliación. Es un año que conecta con el reencuentro, con la posibilidad de volver a comenzar un camino de plenitud que pasa por dejarse… Dejarse perdonar, reencontrar, amar… Dejar defensas, miedos, y confiar en Quien nos ama.
Quienes hemos vivido en situaciones de conflicto, de duelo, de desolación, sabemos que la reconciliación no es sencilla. Que reparar el daño vivido o provocado no es fácil. Y en este momento histórico sabemos que abrir la puerta a la realidad, cuando esta llega con tanto dolor, exige compromiso, humildad, sencillez, valentía… Nos lo dice un vídeo viral en redes…
Y no es casualidad que esa puerta santa se abra el 24 de diciembre… Porque en Navidad hay una gran puerta que se ha abierto definitivamente. La de Dios que se encarna, se hace Hombre y genera que lo divino y lo humano se unan, se abracen. En Jesús ya no hay puerta de separación. En la Navidad se acoge nuestra humanidad y se nos restituye en nuestra identidad de hijos y hermanos. Como dice Benedicto XVI, citado por Francisco en “Dilexit nos” (“Nos amó”), “Desde el horizonte infinito de su amor, Dios quiso entrar en los límites de la historia y de la condición humana, tomó un cuerpo y un corazón, de modo que pudiéramos contemplar y encontrar lo infinito en lo finito” DN 64.
En mi entorno hay muros que crecen por miedo y protección. La enfermedad prematura que amenaza la vida, la historia pasada en lugares de conflicto como lo fue mi Bilbao de los 80 y 90, la incertidumbre de los jóvenes y mis sobrinos, o la mezcla de sentimientos en los testimonios de la DANA… La Vida, ese misterio en el que cabe la vida y la muerte juntas, y que hoy en la realidad que vivimos local, nacional e internacional se hace sentir… Y quien la percibe quiere cerrar las puertas para no sentir la corriente que estremece…
Así nos pilla el Adviento que ha llegado, tal vez no tan preparados como necesitábamos o queríamos. Así nos encuentra… y medio preparados, en el cierre de tantas puertas, el papa Francisco abre la Puerta.
Qué hermosura reconocer que hemos sido regalados por lo más profundo de la Vida y del misterio de Dios. El encuentro con Jesús que nace en nuestra historia es la “puerta de salvación” (Jn 10, 7 .9) que se abre para que en todo corazón surja el deseo de fraternidad, y no de cohetes o muros que rompen la confianza y la unión. Y si la fraternidad es nuestro deseo profundo, nuestro propósito en el día a día, tendremos el gran regalo de la esperanza. “Sin un propósito no tienes esperanza”. “Si una persona pierde la esperanza, lo pierde todo”. Robin Sharma nos lo dice, y creo que en medio de la incertidumbre que hoy vivimos, esta puerta es necesaria para seguir apostando por la vida, para seguir viviendo la esperanza.
El año jubilar, convocado por el papa Francisco, nos invita a profundizar en la experiencia de la esperanza que no defrauda. En una experiencia de reconciliación que es la mejor manera de conocer a Dios (Spes non confundit, 24). En una apertura a ser signos de esperanza para las personas con discapacidad, para los jóvenes, los enfermos, los ancianos, las personas presas… Nos habla de paz, de ser constructores de paz, y nos invita a ser peregrinos que intuyen la presencia de Dios en la Historia y con ella caminan…
Y vuelvo a mi ama, a tantas personas que quieren hacer selección, barreras, muros… cohetes. Siento que en este Adviento la esperanza llega con más fuerza, porque la necesitamos más.
Recuerdo trazos de una oración que me regalaron en mis años de Roma:
Dejaré la puerta entreabierta
para que sepas que puedes entrar cuando quieras,
cuando necesites ser acogida, escuchada, achuchada
y busques un lugar seguro en el que descansar.
Ojalá la Puerta Santa que abrirá el papa Francisco el 24 de diciembre nos invite a abrir nuestras puertas. Ojalá sea fuerza para vivir este adviento quitando los candados y cerrojos que nos aislan. Ojalá seamos portadores de esperanza para gritar con nuestra vida que Dios abraza todo lo humano, lo profundamente humano, y no necesitamos cohetes para excluir a nadie. Ojalá cada uno de nosotros tengamos la puerta entreabierta…
Tenemos todo un Año Jubilar… ¡Aprovechémoslo!
Zoraida Sánchez
Departamento de Pastoral de Escuelas Católicas