Durante algún tiempo oí hablar maravillas de un conferenciante. Son muchos los espacios en los que participa y a los que acuden muchas personas; la tónica general es que a todos les encanta. En una ocasión me encontraba presente en uno de esos espacios del cual salí bastante decepcionada: me pareció aburrido, poco claro y disperso. No obstante, me guardé bien de comentar mis impresiones con ninguno de los presentes, al menos en el momento. Compartiendo un tiempo después esas impresiones con otra persona, ésta coincidía conmigo: “Sí, no tenía su mejor día. A mí tampoco me gustó nada”.
El noventa por ciento de aquel auditorio salió encantado. El ponente efectivamente tenía un día malo, pero a la mayoría no le importó porque “su fama le precedía”. A los que constituíamos aquella minoría silenciosa ni se nos ocurrió gritar “el rey va desnudo”.Tampoco hubiese sido justo.
Es ésta la forma en que se comporta la reputación, que no es otra cosa que un conjunto de experiencias, personales y colectivas,de los otros sobre nosotros, nuestros conocimientos, nuestra forma de establecer relaciones y, en definitiva, nuestra forma de comunicar y comunicarnos. Podríamos decir que una vez que ponemos la pelota en juego son los otros los que tienen la última palabra; las oportunidades de volver a intervenir sobre nuestra propia reputación pueden ser, a partir de ese momento, muy escasas. Por eso hacer las cosas bien desde el comienzo resulta de gran ayuda cuando nos equivocamos.
Cuando hablamos de la reputación de una empresa o un colectivo la cosa se complica bastante.La razón es que una misma “marca” agrupa a un sinfín de personas todas ellas responsables, individual y colectivamente, de construir una reputación sólida o de arruinar la que se tenga. Así, son necesarios los esfuerzos de todos para construirla, pero un desliz de uno solo para arruinar el trabajo de muchos años y de muchas personas.
El cambio en el contexto comunicativo, cultural, social, político…nos fuerza a tomar conciencia de que como instituciones e individuos vinculados a la Iglesia nos encontramos sometidos a escrutinio por parte de la sociedad en que estamos insertos, ya sea como personas o como colectivo. Hoy más que nunca la coherencia debe ser el pilar fundamental sobre el que construir la reputación de la institución, pero la coherencia necesita de un cambio en las actitudes de las personas y las propias instituciones. Buscar fuera cómo fortalecer nuestra reputación, sin fortalecer el sentido de comunión y pertenencia, de fidelidad y lealtad institucional, es abonar el terreno para una crisis de reputación.
Ana Guirao
Periodista del Equipo de Comunicación e incidencia de Cáritas Española.
Ponente en el XIV Congreso EC «Emociona. Comunicación y educación»