El valor de la información para mejorar la calidad de la educación
A casi nadie le gusta que le evalúen y menos si esta evaluación puede ser conocida por otros. Se desconfía de cuáles son sus objetivos, de quién la realiza, de sus finalidades y de sus consecuencias. Además, existe la prevención de que los sistemas que habitualmente se utilizan para evaluar en el ámbito educativo emplean técnicas que no responden bien a la complejidad de la enseñanza y de la tarea de los docentes.
Estas prevenciones son comprensibles. En ocasiones, la evaluación no ha tenido el acierto suficiente de plantearse de tal manera que los equipos directivos y el profesorado valoren que es una buena estrategia para conocer, compartir, analizar, cambiar y mejorar.
Los seis apuntes que se presentan a continuación pretenden resumir los requisitos para que una evaluación educativa sea aceptada y valorada de forma positiva por la gran mayoría de los participantes y se convierta en una adecuada estrategia para mejorar la calidad de la enseñanza.
1. Avanzar en una cultura de la evaluación
Para que una evaluación sea útil, es preciso que poco a poco se vaya creando una valoración favorable a este tipo de iniciativas entre los docentes de un centro educativo. Es importante que se considere la evaluación como una forma útil de conocer el trabajo que se está realizando y como una estrategia que facilita iniciar algunos cambios para mejorar la actividad educadora.
Este convencimiento no se suele adquirir por lecturas varias, como la de este texto, sino porque se ha comprobado su utilidad por experiencia personal. Esta actitud positiva contribuirá a que las evaluaciones sean progresivamente más beneficiosas.
2. Cuando fracasas en la preparación, te preparas para el fracaso
Estas experiencias positivas del profesorado no se improvisan. Es necesaria una buena información y gestión por parte del equipo directivo sobre las finalidades y procedimientos de la evaluación que se va a realizar. Es preciso explicar bien para qué se evalúa y las ventajas que puede proporcionar al centro educativo. También es muy conveniente que el tiempo que haya que dedicar al proceso de evaluación sea razonable. Los procesos de evaluación, de reflexión sobre la información y de propuestas para mejorar han de tener una cuidadosa planificación. Hay que dedicarles tiempo, atención y seguimiento. En el proceso de preparación reside buena parte del éxito.
Después, una vez recibido el informe, hay que saber presentarlo con la finalidad de convertirlo en un instrumento para mejorar la calidad de la enseñanza, conscientes de que los cambios educativos necesitan objetivos claros, participación y continuidad. La reflexión compartida sobre la información recibida ya es un paso adelante.
3. Tener en cuenta la complejidad de la educación para su evaluación
No todas las evaluaciones están bien planteadas. Es preciso que de alguna manera tengan en cuenta el contexto social y económico del alumnado, sus características y su diversidad, la cultura y los procesos del centro educativo y las relaciones entre los aprendizajes y la dimensión emocional. Además, una adecuada evaluación externa debe incluir la interpretación por el equipo directivo o por el profesorado de la información que se proporciona, pues son ellos quienes mejor conocen la historia, las condiciones y los proyectos de su centro.
4. Evitar las comparaciones, habitualmente desajustadas
Las informaciones procedentes de una evaluación que compara los resultados de unos centros con otros suelen ser peligrosas. Aún más si se hacen públicas. En general, estas comparaciones no tienen en cuenta el contexto social y las condiciones en las que un centro desarrolla su trabajo educativo.
Sin embargo, alguna forma de comparación es necesaria para facilitar al centro la interpretación de sus resultados. La incorporación de indicadores que permiten comparar con ellos los datos obtenidos o la inclusión delas tendencias medias de los centros participantes del mismo nivel socioeconómico pueden ser opciones razonables. En cualquier caso, todos los datos proporcionados han de ser confidenciales.
5. Gestionar con acierto los procesos que permiten avanzar y mejorar
Antes mencionaba la importancia de ser competente para preparar la evaluación y la información. Ahora, el foco se orienta al tiempo posterior: qué hacer después de recibir y analizar sus resultados. La gestión del proceso de cambio por parte del equipo directivo es fundamental. Ha de ser capaz de formular objetivos pertinentes, de comprometer al mayor número de docentes posible y de coordinar los procesos de mejora. Establecer el calendario de trabajo es también necesario. Hay que hacerlo con realismo, pero también con compromiso y decisión. Si todo ha ido bien, lo esperable es que se incluya una nueva evaluación futura sobre los procesos y los resultados posteriormente obtenidos.
6. Comprobar que ha merecido la pena
Conocer qué sucede en un centro educativo ha de vivirse como una llamada a la acción. No es suficiente con tener más información si luego todo sigue igual. La experiencia de que gracias en cierta medida a la información proporcionada por la evaluación algo ha cambiado y se trabaja mejor, anima a plantearse evaluaciones futuras.
Esto no quiere decir que el proceso de evaluación y de acción para mejorar sea un camino sencillo, sin complicaciones. Es más bien un camino complejo que si es bien gestionado y con resultados algo o bastante positivos, favorece una cultura escolar dispuesta a repetir aquellas evaluaciones que merecen la pena. Y así sucesivamente.
Álvaro Marchesi
Catedrático emérito de Universidad Complutense de Madrid y asesor de IDEA