Hoy, 18 de mayo, celebramos el Día Mundial de la Educación Católica a los cuarenta días de la Pascua, el jueves de la Ascensión. Muchos quizá no se hayan enterado de esta festividad, porque lleva tan solo tres años celebrándose, pero hoy es un día especial para los católicos y para todos los colegios.
Un día que nos permite hacer un parón en el camino para reconocer el enorme valor que tiene en nuestras vidas la educación católica y, sobre todo, la generosa labor que realizan tantas y tantas personas dedicadas a inspirar, a abrir puertas a nuevas oportunidades, a hacer crecer a sus alumnos de forma integral, a llevar la educación allí donde se viven situaciones difíciles, a luchar por las desigualdades, a desarrollar habilidades… a alcanzar sueños.
Siempre he pensado que educar no se puede reducir solo a formar mentes brillantes, sino también corazones compasivos, y es ahí donde la escuela católica en todo el mundo es testimonio de amor, solidaridad y respeto. Quizá sea momento en este día de reflexionar sobre el impacto que la educación católica ha tenido y tiene en nuestras vidas y en nuestra sociedad, y también momento de agradecer a aquellos que con su compromiso y vocación, han guiado nuestros pasos y han dejado una huella imborrable en nuestra vida. En mi caso, pienso en Visi, Encarna y Marta. Con ellas aprendí Matemáticas, Ciencias Sociales y Filosofía pero, sobre todo, comprendí el valor de la justicia, la solidaridad y la esperanza.
Este año en Escuelas Católicas hemos invitado a los colegios a celebrar este Día Mundial de la Educación Católica poniendo el foco en esa escuela católica que sale al encuentro en situaciones difíciles, en concreto, hemos querido dedicar este día a los niños y profesores de la región siria de Alepo, asolada por la guerra y recientemente por un volcán que les ha cambiado la vida, que les ha sumergido, una vez más, en el sufrimiento, la desigualdad y el miedo.
Se han propuesto tres iniciativas con la idea de educar a cada persona en su integridad, es decir, con “cabeza”, “corazón” y “manos”. Cabeza (para pensar y reflexionar sobre la realidad que nos rodea y lo que nos mueve ante ella), con corazón (para sentir cada uno de los gestos que hacemos y ponernos en el lugar de las otras personas) y manos (para poner nuestro granito de arena siendo consecuentes con lo que sentimos y pensamos, y ayudando a través de la iniciativa colaboramas.org a que los proyectos educativos en Siria continúen). Con los hashtag, #DíaMundialdelaEducaciónCatólica y #JuntosSomosLuz, podéis ver en redes sociales las iniciativas tan bonitas que han hecho los colegios para celebrar este día.
Pongamos nuestro granito de arena para ayudar a esos profesores y niños que en Alepo, y en otros lugares del mundo, necesitan de nuestra mirada, de nuestra escucha y nuestra acogida, y hagamos también del Día Mundial de la Educación un momento para reconocer la importancia de la educación en nuestras vidas, y para comprometernos a promoverla y valorarla siempre. Celebremos juntos este día, recordando que cada pequeño paso que damos en el camino de la educación, es un paso hacia un futuro mejor.
¡Feliz Día Mundial de la Educación!
Eva Díaz Fernández