La casualidad visita Madrid para una Cumbre mundial ante la cual permanecíamos ajenos. Y cuando los planteamientos políticos ya están agotados porque se llega a un punto de difícil retorno, las miradas se vuelven hacia la educación y sus posibilidades.
El pensador colombiano Bernardo Toro señala que en el planeta Tierra vivimos una paradoja de difícil resolución. Por un lado, podemos comunicarnos hasta la extenuación mediante la hiperconectividad de nuestros dispositivos tecnológicos, y a la vez, el cambio climático propiciado, entre otros, por un progreso económico y tecnológico sin límites, pone en peligro la continuidad de la especie humana sobre nuestra Casa Común. En 30 años más, 300 millones de personas que viven en zonas costeras, corren peligro de desaparición por la subida del nivel del mar.
Llevamos años viendo las orejas al lobo, sin tomar decisiones contundentes. Los niños y adolescentes que hoy colman nuestras aulas, son los que en las próximas décadas han de tomar las decisiones económicas y políticas que las generaciones que les precedemos no supimos o no quisimos tomar.
La conciencia ecológica es mucho más que plantar árboles en el patio o colaborar en la limpieza de un monte. Esos son pasos pequeños que han de conducir a un cambio de paradigma educativo. Lo que el cambio climático nos dice es que hemos llegado al final de una manera de construir el mundo desde una clave eminentemente conquistadora (de la naturaleza y de los pueblos y culturas más vulnerables). El paradigma del progreso nos ha conducido a una vida más confortable para una parte de la humanidad, pero a un coste excesivo. De alguna forma, lo que nos ha traído hasta aquí no nos podrá llevar mucho más lejos y no nos garantiza en absoluto un futuro mejor. La educación no puede seguir siendo la palanca del progreso sin rostro humano ni mirada ecológica.
El cuidado aparece como desafío educativo y como eje de un nuevo paradigma que tiene en los vínculos con uno mismo, con los demás y con la naturaleza, su clave de comprensión. Desde el cuidado podemos retomar ciertos valores fundamentales: la responsabilidad entendida como anticipación de los riesgos que fabricamos como sociedad; la inclusión como convivencia efectiva en la diversidad; la sobriedad como ejercicio personal de coherencia en el marco de un decrecimiento global del que nadie nos quiere hablar, pero al que estamos abocados si queremos sobrevivir. No hay carbón, ni petróleo ni gas natural para abastecer nuestro estilo de vida. La Tierra grita, los pobres gritan, dice el papa Francisco en Laudato Sí. Urge el cambio.
La educación en su conjunto, y las escuelas católicas en particular, han de ser promotoras de este cambio de mentalidad y de visión de conjunto. No está en juego una ideología, sino la continuidad de la especie humana. El planeta Tierra nos grita: “yo puedo seguir viviendo sin ti; pero tú no puedes vivir sin mí”. La conversión ecológica también afecta al mundo educativo. Estamos a tiempo.
Luis Aranguren Gonzalo