Así como la casa es el lugar al que se vuelve, la escuela es uno de los primeros lugares a los que se va.

Cada lugar tiene su luz. Pero la luz no solo se percibe por los ojos. Se nota en el aire que se respira y en la tierra que se pisa. En los olores y en el silencio. Lo homogéneo carece de luz. El espacio abstracto carece de luz. Los grandes pasillos de trasiego masificado tampoco la tienen. ¿Por qué cada lugar tiene su luz? Pues porque además de la que viene de arriba, hay otra que fulgura en la cosa misma. La luz de las cosas.

No hay escuela sin maestros, es decir, sin buenos maestros. Lo mismo que no hay casa sin una buena pareja o una buena madre o un buen padre o una buena abuela o un buen hermano o, simplemente, una buena persona… Es decir, sin alguien de quien emane el calor del encuentro familiar, cercano.

Alguien tras el umbral. Una maestra, un maestro.

Te encuentras con ella, con él. Y esto es un inicio. Los buenos encuentros comienzan y ya no terminan.

El maestro lleva consigo un propósito: acompañar al alumno en el descubrimiento del mundo, de las cosas del mundo –prefiero decir «cosas» más que «materias»–. Las cosas del mundo. Lo creado por los humanos (arte, letras, números, herramientas…) también forma parte del mundo, de las cosas del mundo. En realidad, todas las cosas bien hechas por nosotros hacen que el mundo sea más mundo.

Quien no vive, ni transmite ni contagia la vida. El brillo de los ojos, la vibración de la palabra, y la mano tendida, son distintos aspectos del mismo testimonio.

Solo puede ser maestro quien vive, es decir, quien desea. El maestro no puede ser dogmático, ni grandilocuente. Puede y debe enseñar de forma incisiva, pero siempre desde el deseo y la pasión. Jamás desde la frialdad.

Encomendar es lo mismo que confiar. El alumno experimenta confianza porque el primero en confiar es el maestro. El maestro confía algo al alumno. ¿Qué? El mundo.

Se confía en alguien porque ese alguien te confía algo. El maestro hace del alumno su confidente.

Felices los que han tenido un buen maestro.

Este encuentro, como todo buen encuentro, pide un reencuentro.

El recuerdo es una forma de mantener vivo el deseo de reencuentro.

Por supuesto: hay maestros que ni siquiera saben que lo son. Y que tampoco forman parte de instituciones educativas. El encuentro es sin porqué.

Pero si la escuela cultiva el umbral, los encuentros vienen. Advienen.

Felices los que van a la escuela y, tras el umbral, encuentran a un buen maestro. Se acordarán. Y lo agradecerán.

Detrás del umbral, alguien. Sin esto, equipamientos y procedimientos y todo tipo de posibilidades técnicas, palidecen en un escenario grisáceo.

Detrás del umbral, alguien. Una maestra, un maestro.

Una nota anónima y amarilleada por el paso del tiempo colgaba del tablón de anuncios de una sala de profesores. Quizá la dejó un buen maestro el mismo día en que se jubiló; y quizá, con esta nota, legaba su modesta herencia a los profesores novatos:

Enseña con las manos, con tacto…

Enseña lo visible, enseña lo invisible…

Y di las palabras, que abren la puerta de la vida.

Con las manos, con tacto.

 

Josep Maria Esquirol 

Este post recoge fragmentos de La escuela del alma para conmemorar el 5 de octubre, el Día Mundial de los Docentes.